Dimorphos fue el objetivo de la primera prueba de defensa planetaria y el impacto de la sonda DART puede haber cambiado completamente la forma del pequeño asteroide, cuya composición es una débil pila de escombros que se habría formado con el material expulsado por el cuerpo al que orbita.
La misión DART (Prueba de Redireccionamiento de un Asteroide Binario, según sus siglas en inglés) probó con éxito la capacidad de desviar un asteroide con un impactador cinético, una sonda kamikaze lanzada contra Dimorphos. Una técnica para potencialmente defender la Tierra de un objeto procedente el espacio.
Un estudio que publica este lunes Nature Astronomy analiza y modela los datos recogidos en aquel ensayo para saber más de las características de Dimorphos y las consecuencias del choque de DART contra su superficie en septiembre de 2022.
Las simulaciones y parámetros usados para esta investigación sugieren la posibilidad de que el impacto de DART “haya cambiado completamente la forma del asteroide, sin que haya quedado en su superficie un cráter bien definido”.
Así lo explica a EFE Isabel Herreros Cid, investigadora del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA) y una de las firmantes del estudio, realizado por un equipo internacional encabezado por la Universidad de Berna.
Dimorphos, de un tamaño similar a la Gran Pirámide de Egipto, forma un sistema binario junto a Didymos, un asteroide de mayor tamaño al que orbitaba cada 11 horas y 55 minutos y, tras el impacto de la misión DART de la NASA, ese período orbital se redujo en 33 minutos, según confirmaron estudios publicados el año pasado.
DART, que se lanzó contra el asteroide a una velocidad de 6,6 kilómetros por segundo, llevaba en su interior el cubesat (satélite del tamaño de un maletín) italiano Licia, el cual se separó de la sonda unos días antes para observar y tomar datos de la colisión y los momentos posteriores.
Las simulaciones hechas por los investigadores que más se aproximan a las observaciones del impacto indican que Dimorphos es una pila de escombros con una fuerza de cohesión débil, similar a asteroides como Bennu y Ryugu, y que carece de grandes rocas en su superficie.
Al ser un asteroide muy pequeño, con una gravedad mínima, el agregado de rocas y regolito está muy poco cohesionado y es “muy fácil desplazarlos de su posición inicial”, lo que hace posible, apunta Herreros, que el impacto “haya cambiado completamente la forma del asteroide”, un proceso conocido como deformación global, y sin dejar “en su superficie un cráter bien definido”.
Esta poca cohesión del material facilitó que se desprendiera gran cantidad de material en dirección contraria al impacto de DART, favoreciendo el impulso del asteroide y “originando un desplazamiento mayor del que hubiera tenido si hubiera sido un cuerpo sólido”.
La posible remodelación de Dimorphos podría tener consecuencias en la propia dinámica del asteroide y, por tanto, la del sistema binario que forma con Didymos.
En los sistemas planetarios “existe un delicado equilibrio” entre los movimientos de rotación y traslación de los cuerpos. Al alterar la masa y geometría de uno de los componentes –explica Herreros– ese equilibrio puede verse alterado, produciendo una ligera inestabilidad del sistema, que “tardará tiempo para adaptarse a sus nuevas condiciones”.
Sobre el origen de Dimorphos (de unos 160 metros de diámetro), el estudio indica que “parece ciertamente posible” que se formara a partir de material expulsado y reacumulado de Didymos, su compañero mayor, de 780 metros, dice la científica.
Para este estudio se han usado modelos y parámetros basados en datos del sistema binario antes y después del impacto, observaciones desde Tierra y el conocimiento de asteroides análogos, aunque se siguen desarrollando otros para contemplar todos los posibles escenarios.
“A día de hoy no tenemos certeza de lo que puede haber pasado”, dice Herreros. “Solamente se podrá comprender lo que realmente ha ocurrido” cuando la misión Hera de la Agencia Espacial Europea llegue al asteroide y se pueda hacer un estudio ‘in situ’ de la superficie.
Hera, que tiene previsto despegar en octubre y llegar en 2026, permitirá conocer “con certeza” datos del sistema binario de asteroides como la composición, morfología, topografía, campo gravitatorio e “incluso obtendremos información sobre su interior, lo cual arrojará luz sobre su formación y evolución, e incluso ayudará a comprender los orígenes de nuestro propio Sistema Solar”.