viernes, 1 noviembre, 2024
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El enojo de Javier Milei, una pregunta crucial para Mauricio Macri y una ministra en el ojo de la tormenta

La mitad de los argentinos no puede llegar a fin de mes. En promedio, el día 20 ya no dispone de dinero en su cuenta bancaria. Los ciudadanos de clase media hacen malabares: se financian con tarjetas de crédito, los que tienen dólares los venden y, los que no, le piden prestado a un amigo. En los sectores vulnerables el panorama es bastante más sombrío: el trabajo informal escasea, las changas desaparecen y en los barrios del Conurbano vuelve a imponerse el trueque: en las ferias comunitarias se ofrecen juguetes usados y azúcar fraccionada por peso y hay personas que pueden llegar a intercambiar una bicicleta por una bolsa de alimentos.

Ya se ha visto en otras épocas de la Argentina reciente, y no tan reciente. Las últimas escenas de esta magnitud hay que rastrearlas en la pandemia, cuando se levantó el confinamiento y asomó el desastre que había dejado. Pero hoy, además de estadísticas inquietantes, emerge, al mismo tiempo, un fenómeno inédito que mantiene descolocados a los consultores: la imagen del Gobierno no se desploma como en otros momentos acuciantes. El 30 por ciento de la gente que afirma no poder llegar a fin de mes aún siente confianza por la figura de Javier Milei. Lo determinó un estudio de Isonomía, una consultora de opinión pública que traslada la misma pregunta de administración en administración.

En ese espectro social que tenía dificultades para satisfacer sus necesidades básicas, el apoyo llegó a ser nulo en el período de ajuste de Mauricio Macri y en el de Alberto Fernández, de apenas el 1%. Los consultados por Isonomia parecen dejar el crédito abierto al actual Gobierno. El tiempo que, acaso, no tienen para sí mismos.

Es cierto que el Presidente lleva menos de cinco meses de gestión y que los números de imagen pública muchas veces suelen darse vuelta (a favor o en contra) frente a un suceso inesperado, incluso antes de que la dirigencia pueda tomar nota. Sin ir más lejos, Alberto Fernández pasó del 80 por ciento de imagen positiva durante el encierro que determinó por el coronavirus a no poder siquiera pelear por su reelección y a abandonar el poder con niveles de imagen tan bajos que lo obligaron a irse un tiempo a vivir a España.

La popularidad que conserva Milei -que es mayor en los sectores ideologizados o no afectados de modo directo por el ajuste- le permite seguir hundiendo el cuchillo en la economía y en los salarios de los jubilados en pos de equilibrar las cuentas. Pero, para una parte importante de los entrevistados por Isonomía, el esfuerzo valdría la pena. La gente se ilusiona con que la inflación se mantenga a la baja y confía en que Milei cortará los privilegios de la dirigencia política.

Este último punto ha sido central, uno de sus grandes aciertos en materia de comunicación. Una estrategia que se mantiene y que deja sin palabras a buena parte de los partidos tradicionales. ¿Por qué insiste Milei en atacar a los diputados y senadores cuando no ha podido sacar una sola ley? ¿Por qué les quita fondos a los mismos gobernadores con los que intenta posar para el Pacto de Mayo? ¿Por qué hace un stand up en una cena con personalidades del Círculo Rojo para burlarse de economistas como Carlos Melconian y de gobernadores como Axel Kicillof?

Simple, de acuerdo a aquella lógica. La clase política, ayudada por ciertos economistas, empresarios y periodistas, vendría a ser la culpable de todas las desgracias y hay que machacarlo cada vez que se pueda. Sí, hasta la exageración. No es solo un pensamiento libertario creer que los políticos son mala palabra. Así lo dice también Jaime Durán Barba, que no es justamente un adherente al mileísmo: en una cena en la casa de un empresario de medios llegó a ofrecerle asesoramiento gratis a Daniel Scioli -cuando el actual funcionario todavía era candidato presidencial- para el caso de que le tocara a ir a un balotaje con Milei. La cita a Durán Barba tampoco es caprichosa: uno de sus discípulos, Santiago Caputo, es quien comanda el discurso -y no solo la comunicación- de la Casa Rosada.

Sin embargo, esta semana, por primera vez, el diseño de confrontación permanente encontró un paredón. Duro, infranqueable. La marcha por la UBA y la educación pública fue gigantesca y sorprendió al Gobierno al punto de dejarlo inconexo y con pases de facturas internos como no se había visto hasta ahora. En una primera reacción, previa a la movilización, el oficialismo intentó asociarla a la casta y a los referentes políticos que se pusieron al frente, como si fuera un acto partidario de quienes perdieron las elecciones y no, como terminó siendo, una demostración genuina de decenas de miles de personas -en su mayoría jóvenes- que exigen el no desfinanciamiento de la educación. Apenas trascendieron las imágenes con multitudes en las plazas de todo el país, el discursó libertario entró en crisis.

Milei debió sacar un comunicado en el que, después de algunos rodeos lingüísticos, tuvo que admitir que la marcha perseguía “causas nobles”. ¿Es poco? Puede ser, pero resulta demasiado si se piensa en cómo actúa Milei, que puede llegar a declarar que su espacio gana cuando una iniciativa en el Congreso naufraga. Al otro día de la marcha, su vocero, Manuel Adorni enfatizó: “Nunca se nos hubiera cruzado por la cabeza resquebrajar la educación pública ni cerrar las universidades”. A nadie se le pasó por la mente que Milei dijera algo similar el lunes, cuando brindó una cadena nacional para anunciar su “milagro económico”.

El mismo martes, y durante todo el miércoles, en el Gobierno se libró una batalla interna sobre los costos políticos de la movilización y por cierta subestimación previa. La ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, la responsable directa -que maneja áreas que en otros tiempos eran independientes, como Desarrollo Social, Cultura, Trabajo y Educación-, quedó para muchos en el ojo de la tormenta.

Un día antes había renunciado su segundo, Maximiliano Keczeli, que se desempeñaba como secretario de Coordinación Legal. Se trató del sexto funcionario importante que deja su cargo en Capital Humano, aunque hay decenas de empleados de terceras líneas que fueron despedidos y la información no trascendió. “Ninguno se fue, los echamos a todos -ha dicho Pettovello en la intimidad-. Vamos a seguir así: estamos tocando muchos intereses y los vamos a seguir tocando. El que no esté de acuerdo…”

Los rumores de renuncia sobre Pettovello se explayaron. Pero la funcionaria cuenta con el aval de Milei y jura que no se irá. El jueves, ambos estuvieron reunidos a solas en el despacho presidencial mientras se desarrollaba la reunión de Gabinete y los ministros desconocían por qué no habían asistido. Ese mismo día, las operaciones contra Pettovello partían de voceros de la propia Rosada. Pettovello se habría quejado ante el Presidente. Al otro día, Milei mandó un mensaje hacia adentro de su fuerza, como adelantó ayer Clarín.com: “Al que engancho en una operación, lo echo”, dijo. No hizo más que admitir que las movidas existen y son propias.

Milei odia las internas y se enoja cuando hay trascendidos. Pocas cosas lo irritan más que eso. Esta semana tuvo dos momentos de malestar: cuando se ventilaron los ataques de algunos funcionarios contra Pettovello (siempre en off the record) y cuando se enteró de que habían preguntado por sus perros en la conferencia de prensa. Quienes velan por su estado anímico se preocuparon más por lo segundo que por lo primero.

El primer mandatario también preguntó varias veces por la Ley Bases. Aunque en la cena de la Fundación Libertad dio a entender que podía gobernar aunque no salga, siente que necesita darle una señal al mercado y al FMI, que le piden que saque alguna iniciativa en el Congreso. Sus asesores le dijeron que en Diputados pasará fácil, y que habrá que trabajar para que luego tenga el guiño en el senado. Concesiones hizo. Quizá haya más.

El PRO le está dando una mano grande, aun cuando sus diputados y gobernadores se sienten de tanto en tanto agredidos por Milei y cuando no parece del todo claro cuál es el estado de relación entre el Presidente y Mauricio Macri. “Presi”, lo llamó el libertario en la cena. Macri sonrió. Eso fue todo.

Quienes visitan al ex presidente cuentan que está frente a un verdadero dilema. Los votantes duros del PRO ya emigraron hacia las filas de La Libertad Avanza: quieren que a Milei le vaya bien y, cuando se topan con dirigentes macristas en la calle, les hablan como si fueran parte del mismo proyecto. Por eso se enfrió la posibilidad de una confluencia. El macrismo se siente amenazado, mucho más desde que Karina Milei lanzó el partido en la Ciudad, el terreno que Macri no abandonará jamás. Hay quienes le susurran: tendrá que ser candidato a senador el año próximo para impedir el crecimiento libertario. Macri no quiere volver al trajín de una campaña y, mucho menos, pensar en asumir un cargo en el Congreso. Pero, a veces, la política no es cuestión de querer. Es lo que le dicen.

Macri acaba de asumir la presidencia del PRO. Hay quienes se preguntan -algunos con buena intención y otros con maldad- si asumió para salvarlo o para ver cómo su fuego, poco a poco, comienza a extinguirse.

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