El jurado evalúa “presencia”, dimensiones y higiene, así como también docilidad. En la pista de La Rural de Palermo, todos los años, toros, vacas y caballos desfilan, para que un grupo de expertos pueda poner puntaje en base a la composición corporal, agilidad, capacidad cárnica; también el ojo veterinario se asegura de que no haya signos de enfermedades o dolores. Que gane la mejor raza. Esos criterios se han ido manteniendo con muy pocas variaciones en la historia de este tipo de competencias. Pero no es esa la misma suerte que han corrido otro tipo de concursos, como los de belleza en los que se eligen reinas, humanas.
Alejandra Rodríguez fue noticia esta semana por haber ganado el concurso de belleza Miss Buenos Aires con 60 años. Ahora, va por la corona de Miss Universo Argentina. Pudo participar de este certamen -una franquicia privada- gracias a nuevas reglas de juego, aggiornadas como coletazo de la masificación de los feminismos desde 2016 en adelante. Fue a partir de ese momento que este tipo de concursos eliminó el límite de edad para las participantes, regla que estaba vigente desde 1958 y que acotaba la presencia de mujeres de 18 a 28 años. En 2018, se ampliaron las limitaciones de edad, que solían fijarse entre 16 y 22 o 25 años. Ahora se admiten mujeres hasta los 72 años.
De Alejandra se dice que “todo el mundo en las redes quiso conocer los secretos que oculta para mantener su imagen a sus 60 años” y también que es mucho más que su hermosa cara: “La abogada y periodista también es amante de los animales. En sus tiempos libres, acostumbra a salir a caminar, hacer actividad física, consumir comida sana – preferentemente orgánica”.
¿Por qué se celebra esta noticia? ¿Porque da la oportunidad de festejar otros cánones de belleza? ¿Viene a demostrar que hay atractivo en la vejez? ¿A hablar de un tipo de belleza más plural? ¿quién define estos otros cánones más amplios? ¿Es el último manotazo de ahogado de una práctica que es increíble que siga existiendo?
En todos estos concursos todavía se evalúan cualidades como “porte”, “desenvoltura” y “personalidad”. ¿No parece haber en este punto tantísima diferencia con los criterios que se usan en La Rural, verdad? Pero desde el año 2016, por lo menos en Argentina, ciertas reglas se fueron flexibilizando. Como la obligatoriedad de una pasada en bikini o la exigencia de ser “soltera y sin hijos”.
¿El hecho de que los concursos escucharan las críticas y hayan trabajado para justificar su existencia es algo para descorchar? Cada vez es más frecuente que intervenga la palabra “inclusión”. De todo tipo: etaria, racial, corporal. En todo el mundo estos eventos empezaron a presentarse como una instancia de celebración de los logros de las concursantes. Buscan mujeres que trabajan con ONGS, con títulos, reconocimientos profesionales, aspiraciones espirituales, que hablen varios idiomas, y que puedan hilar en segundos alguna opinión sobre la guerra entre Rusia y Ucrania.
Pero al mismo tiempo, tienen que ser capaces de atraer anunciantes. Además de dar exámen de tono muscular, pelaje, manicure (¿pesuñas?), entran a jugar otros criterios basados en méritos en otras dimensiones de la vida. Ya no alcanza con esa belleza-lotería (una ventaja concedida azarosamente, a unas pocas elegidas, por más que se la quiera adjudicar a ser disciplinada con el skincare). ¿Entonces, qué festejamos?
La Rural, donde sólo se ponen en juego calidades cárnicas, da la sensación de ser un espacio más compasivo con su ganado, al que no se le pide ni carisma, intereses o destrezas intelectuales. En contraposición, los concursos -ya no los de vacas sino de mujeres- suman nuevas presiones que no desactivan el criterio de exhibir lo que sea que se entienda por belleza física (tan diversa como se la pretenda presentar). Hay que cumplir con eso, pero además, se nos quita hasta la libertad de ser mediocres.