Lionel Messi llevaba tan sólo 12 minutos en la cancha. Había ingresado en el entretiempo del partido en el que su equipo, Inter Miami, caía por 1-0 contra Colorado Rapids por un gol de penal. El rosarino ingresó por el borde del área y acarició la pelota con la zurda, su pierna distintiva. El balón dio en un defensor, modificó apenas su trayectoria -que pedía arco-, pegó en un palo y, carambola mediante, se transformó en el gol del empate. Festejo alocado. El hincha de Inter Miami; el hincha del fútbol, tenía lo que había ido a buscar: un gol de Messi tras seis partidos (dos con la selección, cuatro con su equipo) ausente.
Como tantas otras veces, la Pulga se transformó en el revulsivo de su equipo. Porque dos minutos más tarde, el rosarino comandó el ataque de su equipo. Gestionó la jugada, divisó a David Ruiz por la banda derecha, como extremo, y le dio la pelota en ventaja. Su compañero decidió bien: centro para que un compañero complete la maniobra. Allí apareció Leonardo Afonso para anotar. En apenas 120 segundos, y con un tal Messi en la cancha, Inter Miami dio vuelta el marcador.
A 13 minutos del final, la Pulga tuvo la chance de poner a su equipo aún más arriba en el marcador. Amagó para un lado, fue para el otro y, sin más pensamientos, remató al arco. Bien dirigida -como casi siempre-, la pelota se encaminaba hacia el arco; hacia el 3-1 para el equipo local. Sin embargo, un manotazo salvador del arquero Zack Steffen (ex Manchester City) evitó el gol. Messi lucía al 100% desde lo físico, una gran noticia para su equipo y, sobre todo, para la selección argentina en año de Copa America.
LA NACION