“La que no salta votó a Milei / La que no salta votó a Milei”. El cántico, pegadizo, hecho cuerpo, fue pogo feminista. Las mujeres y diversidades, unas cien mil, colmaron los alrededores del Congreso. Los pañuelos verdes –símbolo de la Campaña por el Derecho al Aborto– fueron una vez más contraseña, amuleto, anudados en brazos, mochilas, carteras, como bandana y en torno al cuello. “Fuimos marea, ahora seremos tsunami”, se repetía.
¿Qué tienen las marchas feministas? Ante todo, rebeldía. Ninguna fuerza política alcanza, probablemente hoy, el poder de convocatoria que se vio ayer de tantas pibas sueltas. La multitudinaria manifestación fue en el marco del primer 8 de marzo con un Gobierno encabezado por el presidente Javier Milei, explícitamente antifeminista, que prohíbe el lenguaje inclusivo en la administración pública y anuncia que eliminará la perspectiva de género en las políticas públicas, además de expresar permanentemente su rechazo a la Ley de IVE.
Estuvieron las jóvenes, las adolescentes, pero también mujeres y diversidades de otras generaciones, muchas y de todas las edades y de distintas procedencia social. Fue aire fresco, alegría compartida, abrazos que se multiplicaban, y la ilusión de pensar en construir desde un sentido colectivo, en un contexto político que oprime, con un Gobierno que tomó al feminismo como blanco de sus ataques casi cotidianos, al punto de anunciar –sin dudas, a modo de provocación– en el mismo Día Internacional de las Mujeres el cambio de nombre del Salón Mujeres del Bicentenario de la Casa Rosada –donde se reunían los cuadros de figuras históricas, pioneras de distintos tiempos y que, hay que recordar, durante el macrismo fue convertido en oficinas, con tabiques y computadoras– en el Salón de los Próceres porque, en definitiva –alegó el vocero presidencial– se estaba “discriminando a los varones”. Evita, Alfonsina Storni, Lola Mora, Tita Merello, Mercedes Sosa, Blackie, Cecilia Grierson, Victoria Ocampo, las Madres de Plaza de Mayo y las Madres de los caídos en Malvinas, Mariquita Sánchez de Thompson, Juana Azurduy, Aimé Painé, Alicia Moreau de Justo y LohanaBerkins, entre otras, quedaron tapadas por héroes de la Patria por orden de Karina Milei (sí, otra mujer), secretaria general de la Presidencia y hermana del jefe de Estado libertario.
Este viernes el gran salón de las mujeres (y diversidades) fue la calle. Los efectivos policiales, que llegaron temprano, con su presencia amenazante, para intentar que no se cortaran las calles para hacer cumplir el protocolo antimarcha de Patricia Bullrich no lograron mantener la concentración desbordante en veredas y en la Plaza del Congreso. “Saquen la motosierra de nuestros derechos”, “Saquen la motosierra de nuestras aulas”, “La campaña del miedo se quedó corta”, “Más Conicet menos FMI”: las frases, escritas a mano sobre trozos de cartón –de alguna caja desarmada– o en cartulinas, todo muy casero, muy artesanal, muy hecho en casa, fueron reclamo y descarga.
“Siempre luché por los derechos de las mujeres y hoy más que nunca tenía que estar”, dice Silvia, una ingeniera civil jubilada, de 77 años, que vive en la ciudad de Buenos Aires, con calza negra y remera deportiva y el pañuelo verde enlazado en la cartera. Llegó sola pero cuenta que ya se encontró con distintos grupos de amigas. Critica al presidente Milei pero no lo nombra, cada vez que lo alude, lo menciona con un insulto. “Milei, basura, vos sos la dictadura”, se agita y la frase contagia. Es himno y catarsis.
También hay baile, batucada y glitter, sobre todo de color verde y violeta en los rostros de cientos de pibas que como Silvia, la ingeniera civil jubilada, también sintieron que tenían que estar. “La Patria no se vende. No al DNU”, dice otro cartel, en cartón negro con letras pintadas con témpera blanca. Quien lo levanta, de vestido negro, también lleva su pañuelo verde.
“Paramos porque el hambre es violencia y no me es indiferente”, levanta su cartel con letras magenta y blanca, en un pedazo de cartón, otra mujer, junto a dos amigas. Hubo columnas de trabajadoras de distintos sectores, de organizaciones comunitarias, de mujeres, diversidades, de asambleas barriales, de la Campaña por el Derecho al Aborto, de sindicatos, y partidos políticos, sobre todo de la izquierda.
La pregunta por Tehuel, a tres años de su desaparición, el reclamo contra el cierre de la agencia pública Télam, por la falta de alimentos en comedores comunitarios, fueron parte de los motivos que llevaron a tantas frente al Congreso.
La denuncia contra violencia de género y contra la impunidad que se garantiza con frecuencia desde la propia justicia es mensaje recurrente en múltiples carteles sencillos, pintados con fibras o alguna témpera, que llevan manifestantes. “Quiero regresar sana y salva!! Mi hija me espera. #Ni una menos”, dice el de una joven, sobre cartulina púrpura con letras negras, escrito a mano. Muchas veces el reclamo contra la violencia hacia las mujeres y contra las políticas de ajuste gubernamental se entrecruzan. Vanesa levanta un cartel que dice: “Una se vuelve feminista con su propia historia”. Cuenta primero que está en la marcha porque su sobrina no es escuchada en la justicia y sufre violencia machista. Pero en cuanto se le pregunta sobre su opinión de la gestión de Milei se anima y reconoce que también decidió sumarse a la manifestación “por este Gobierno nefasto, machista, autoritario. Para que sienta que no le tenemos miedo”. Lo dice y se emociona. La acompaña una de sus dos hijas, de 21 años. Vanesa cuenta que es costurera, que trabaja para una fábrica casi 12 horas diarias en su casa cosiendo ropa deportiva, y que cobra 140.000 pesos por mes, apenas un cuarto de una canasta básica, según el Indec. La hija, que tiene el pañuelo verde enrollado en la muñeca izquierda, estudia para ser “acompañante terapéutica”. También es costurera, de lunes a miércoles. Madre e hija llegaron juntas desde Morón.
Otros carteles tienen fotos de víctimas de femicidio y recuerdan la fecha de su asesinato o a su victimario. Como el de Patricia Ortiz, de 47 años, que llegó desde Escobar, y levanta una pancarta para pedir justicia por su hija, Micaela Rascovsky, que asegura no se suicidó sino que fue víctima de un femicidio perpetrado por su novio. La joven tenía 25 años.
Una vez más el movimiento feminista, en su amplia articulación, con partidos políticos, sindicatos, organizaciones de mujeres, diversidades, de derechos humanos, y sueltas, muchas sueltas, volvió a ganar las calles, como desahogo y encuentro amoroso, como grito colectivo y resistencia.