Días así, de fines, principios, serenos, en incierta calma, dan para mirarnos a distancia. El bondi, este globo azul atado a un hilo de luz limón, nos lleva a ninguna parte rodando por el universo sombrío. Ahí estamos, eso es Argentina, ¿ves? Una panza marrón terroso que se afina en un intestino grueso, luego más delgado, así hasta el culo del mundo. La ubicación, el lugar geográfico en el planeta por el que se nos reconoce, suena algo despectivo pero no ofende. Si al azar le llaman culo, ¡qué más querríamos!
Mar, cordillera, lagos, sierras, llanura, fauna, flora, etnias, climas. Cero conflictos de límites, religiosos, tribales. La proporción de perros rabiosos, “gordocanes”, fascistas, militantes de un dios cruel, de patria propia, de una supuesta familia que los desconoce, extremistas enajenados capaces de llegar a matar en defensa de alguna ideología, de un líder que los representa, les tira un cargo, o unos mangos, es muy baja en relación a la cantidad de buena gente que los padece, sufre, espera, se las rebusca. La verdadera causa de que más de la mitad de los habitantes viva en condiciones miserables es la corrupción de una minoría criminal con poder.
“Todas las enfermedades comienzan en el intestino”, observó Hipócrates hace dos mil cuatrocientos años. El síntoma del cuerpo social revela la gravedad de la situación. Estreñido, seco, inflamado. La austeridad obligada, impuesta por los que comen, rebajó en parte la pesadez de los que no. Pero una vez despejada la niebla maloliente de los relatos flatulentos que se tiraban a diario, se ven flotar ahora los sólidos resistentes que mantienen tapado el fondo de la cuestión.
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Sin comerla ni beberla durante años, la hinchazón no soporta ni el roce de una ironía. Detonan los gases de la ira: “¡Qué mierda te pasa! “¡Qué mierda querés!”. “¡No se entiende una mierda!”. “¡Quién mierda sos!”. “Todo es una mierda”. “¡Son una mierda!”. “¡Dan ganas de irse a la mierda!”. “¡Habría que hacerlos mierda!”. Las preguntas se aglomeran. ¿Tendrá que ver el exceso de recursos consumidos con la diarrea de oportunidades perdidas? ¿De qué sirve entonces el culo de nacer y vivir aquí?
La contracción estomacal a los hechos, el esfuerzo por recordar cuándo, dónde, en qué contenedor de basura política fue, no alcanza a evacuar de una los restos podridos de consignas, discursos, eslóganes, que nos comimos. Hay que sentarse, esperar. Boudou, Cristina, De Vido, Guillermo Moreno. Tirar la cadena. Massa, Insaurralde. Otra vez. Putear si duele que la Justicia no se haga cargo. Una más. Ritondo, Kueider, Vázquez, el fiscal González. Paciencia. Aguanten el olor de los pestilentes empresarios coimeros, los dirigentes sindicales millonarios, ya llegan los pedos de buzo que promete Milei.
Al cabo de los años las expresiones juveniles, rozagantes, de los afortunados ciudadanos que nacen en el culo del mundo, se convierten en pálidas caras de orto. El ceño fruncido, los labios curvos hacia abajo, el malestar a la vista. Cuesta descular los motivos íntimos, recorrer el tracto último donde se digiere una realidad tan dura. La memoria endoscópica revela que hay todavía, desde la dictadura, demasiadas úlceras sangrantes. La intervención laxante de internet ayuda, enciende una lamparita que ilumina el agujero negro.
Facundo Pereyra, gastroenterólogo, autor de Reseteá tus intestinos, describe ese ramal grueso-delgado como un pasaje entre líneas del subte. Ahí adentro, explica, en la “microbiota”, se encuentra “la misma cantidad de neuronas que en la médula espinal”. Es como “un segundo cerebro”. El nervio “Vago”, el más largo del cuerpo, las conecta con todos los órganos. También con el cerebro de arriba.
Podemos vernos entonces, ahí. Demorados más tiempo del aconsejable en el inodoro de la historia, tratando de digerir continuos Albertos Fernández que al ser expulsados dejan una transitoria sensación de alivio. Hasta que el vacío se llena con el siguiente.
Así de simple parece ser. Tenemos dos cerebros que el vago comunica entre sí con información de mierda.
*Periodista.