Las inteligencias artificiales son en la actualidad la realización del pensamiento del genial Alan Turing. Turing tuvo un papel central durante la II Guerra Mundial, descifrando los códigos nazis, particularmente los de la máquina Enigma. Se ha estimado que su trabajo acortó la duración de esa guerra, ya que permitió “leer” los mensajes codificados que se enviaban las tropas nazis. Tras la guerra, diseñó uno de los primeros computadores electrónicos programables digitales en el Laboratorio Nacional de Física del Reino Unido.
En el campo de la Inteligencia Artificial, es conocido por la concepción de la «prueba de Turing» (1950), un criterio según el cual puede juzgarse la inteligencia de una máquina si sus respuestas en la prueba son indistinguibles de las que daría un ser humano. Vale decir un sistema algorítmico que permitiese hacer dudar si quien lo realiza es una máquina o un ser humano.
La prueba de Alan Turing: fin de la barrera entre humanos y máquinas
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Hoy en día, las máquinas no sólo piensan sino que se “anticipan a nuestro pensamiento”. Claro que es una metáfora de la mente, pero -efectivamente- pueden lograr anticiparse a una conducta humana, avizorar una intención, a partir del estudio sistemático de nuestras conductas. Eso ya sucede hoy con los dispositivos electrónicos con los que convivimos y que son parte de una extensión de nuestros cuerpos y sentidos. Ejemplo de esto es que luego de buscar una palabra en el buscador o escribirla en una red social o en un intercambio (digamos un ejemplo banal, como mencionar la palabra “viaje” o el nombre de una ciudad), recibiremos ofertas de pasajes, vuelos hacia esa ciudad, hoteles y otros servicios vinculados con ese potencial destino. Allí no hay un sujeto (humano, valga la redundancia) comentando nuestra conversación, Es un algoritmo que puede hacernos decir “me están escuchando”, como si efectivamente se tratara de un sujeto “escuchando”. Vale decir, se confunde eficazmente, el logro del algoritmo, que “computa” datos y logra efectos de “pensamiento”, haciendo creer en un otro que está allí pensando o escuchando o proponiendo con una intencionalidad.
En este caso, la intención originaria, digamos que podría ser de algún operador turístico de promover su actividad, sin embargo, con cada quien que nombra un viaje a una ciudad, lo que se activa es un algoritmo, como una serie de instrucciones que eficazmente desencadenan una serie de suposiciones de esa “inteligencia artificial”, en función de lo cual hace ofertas “suponiendo una intención”. Ese último rasgo, suponer una intención, es eminentemente humano.
Desde el Psicoanálisis, ¿qué impacto tienen las redes sociales en nuestra vida?
Es la distinción clave en la psicología humana, a partir de la cual, se puede suponer una intención en el otro, pero a su vez, recursivamente, también pensar que el otro piensa que yo pienso lo que yo pienso que el otro piensa …y así ad infinitum. Es algo así como el juego de “en qué mano está” de la infancia. Pensará que está en la derecha, por lo tanto la pongo en la izquierda, pero si piensa que yo pensé esto, la dejaré en la derecha… y así sucesivamente. Este nivel de recursividad es el que aún está en juego en los desarrollos de la IA.
Con esto, fenómenos propios de las psicoterapias, como el vínculo inicial de la empatía, la comprensión en resonancia con el otro, para entender sus afectos predominantes, las vivencias no recordadas, pero sí actuadas, no han sido logradas de reemplazar -aún- por estos sistemas algorítmicos.
Desde el psicoanálisis, contamos con diversos elementos cruciales de nuestro corpus teórico clínico, para el tratamiento de nuestros analizantes, en que se ponen múltiples factores en juego, a través de los cuales se resignifican hechos de la historia de ese sujeto y que reconfiguran la subjetividad en un pasado hecho actual en las vivencias del presentes, pero olvidadas sus raíces en su historia subjetiva y personal. Esto tiene el nombre de “inconsciente”. La lectura de lo inconsciente, su interpretación en relación con las asociaciones de quienes nos consultan, contemplando factores como la regresión y la transferencia (otros conceptos cruciales del psicoanálisis) son hasta ahora inaccesibles para ser hilados en los actuales desarrollos de las IA.
La transferencia, por ejemplo, es la concepción de algo que ocurre en el lazo entre el analista y su analizante, que el analista debe colegir, a partir de los relatos y las acciones del analizante, para luego, buscando el lenguaje propio de ese sujeto, y el momento adecuado, se pueda ir acercando a algún tipo de interpretación, que muestre ese “recuerdo hecho actos”, vale decir, algo que no se recuerda con palabras ni con imágenes, sino con una renovada vivencia que conduce la acción. Tengo serias dudas que esta dimensión de lo inconsciente pueda ser alcanzada por las inteligencias artificiales,
Tengo serias dudas que esta dimensión de lo inconsciente pueda ser alcanzada por la Inteligencia Artificial
Sin embargo, hoy en día ya existen softwares que son una versión algorítmica y digitalizada de las antiguas baterías de tests de personalidad, psicodiagnósticas e incluso de orientación vocacional. El resultado habitual ante los resultados emitidos por un programa puede ser muchas veces bastante eficaz. Claro que sin la técnica del terapeuta, es normalmente vivido como algo ajeno, desprovisto del compromiso subjetivo del encuentro con un otro (en este caso el terapeuta) o como una mera sorpresa si “coincide” con el pensamiento consciente de representación de sí del sujeto, o de decepción, ante la ajenidad del resultado.
Seguimos alimentando y aprovechando estos avances de las tecnologías, que no son más que isomórficas a nuestro propio pensamiento que las ha creado.
(*) Psicoanalista, miembro de APA, investigador y profesor de la UBA.