martes, 17 junio, 2025
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La enfermedad articula dos nuevas y notables publicaciones

La enfermedad, en las pausas que a veces dan los padecimientos, suele impulsar a la memoria y la reflexión, por lo menos así lo mostró Thomas Mann en “La montaña mágica”, novela que fue clave para que en 1929 conquistara el Premio Nobel. Mann consideraba que ese “relato agrandado con el tiempo” es un bildungsroman, la historia de la formación del protagonista. Un siglo después, la escritora polaca Olga Tokarczuk, tras obtener en 2018 el Nobel de Literatura, decidió en «Tierra de empusas» revisar “La montaña mágica” desde una perspectiva política de género, realismo mágico y terror.

Todo ocurre poco antes de la Primera Guerra. Como en Mann un joven estudiante de ingeniería llega a un sanatorio para tuberculosos. Cómo no hay lugar en el hospital del Dr. Semperweiss, el estudiante va a vivir en una pensión donde un grupo de hombres, mientras esperan curarse por el “aire sanador” discuten sobre política, filosofía, religión y mujeres. El personaje de Mann hace allí su aprendizaje y maduración. El de Tokarczuk soporta acaloradas y sentenciosas discusiones que concluyen en acuerdos patriarcales y misóginos. (Al final de la novela se sabrá que las frases contra las mujeres pertenecen a Darwin, Freud, Nietzsche, Sartre, entre otros, algo que hace cincuenta años las feministas argentinas ya usaban para mostrar la permanencia del machismo).

Como Tokarczuk es una gran narradora no se queda ahí. Lo siniestro comienza a crecer lentamente. Deja de lado a “La montaña mágica”. Wilhelm Opitz, dueño de la pensión, es un palurdo. Apenas su cuarta mujer, Klara se ahorca, la entierra, pero ella de alguna inquietante manera se queda en la casa. Los contertulios acompañan sus disputas con un licor de hongos alucinatorio. Siglos atrás allí se quemaron brujas y para escapar a la cacería las mujeres del pueblo escaparon al bosque y no se supo nada más de ellas. Ahora en el bosque hay carboneros y leñadores, que construyen con paja, leña y hojas “tuntschis”, muñecas con las que tienen relaciones sexuales.

Las tuntschis una vez al año cobran vida y se cobran vidas. Son las empusas, espectros femeninos, que según los griegos mutan en seductoras devoradoras de hombres. Hay una fecha precisa en que eso ocurre. El cementerio da testimonio. Antes desaparecía un carbonero, ahora eligen alguien del pueblo, del sanatorio. Un grupo decide entregar a un hombre para salvar al resto. El estudiante de ingeniería ha descubierto demasiadas cosas, y no ha llegado a ocultar del todo el secreto que lo persigue desde su nacimiento y que lo llevará a transformarse. “La tierra de las empusas” cobra otra dimensión, ofrece nuevas interpretaciones a lo leído, descubre que la historia que se ha leído ha sido muchas veces narrada por una misteriosa fuerza que habita en el bosque, por “ese enigmático nosotras que permanece desde siempre”.

“Tierra de empusas” recibió el Premio Europeo de Literatura 2024.

*Olga Tokarczuk, “Tierra de empusas” (Bs.As., Anagrama, 2025, 341 págs.)

Sentir, saber y contar

La machona, la marimacho, la chica rubia reina de los bares porteños que fueron de culto y hoy son pizzerías, la que a veces se quería mezcla de Alfonsina, Norah Lange y, por qué no, Sara Gallardo, la bebedora que llegó al black out, la periodista que sumando maestros logro un voz singular, propia, habla ahora de la merma, de la etapa que se está “entre el morir y el durar”, en un libro que confirma que su cualidad narrativa, la atrevida fusión de lo culterano y lo plebeyo, no ha mermado.

Los testimonios literarios del curso de una enfermedad son múltiples y variados, María Moreno no hace concesiones, su libro no es de autoayuda y superación, es drástico en la altivez y en la melancolía. Con algo de patotera sentimental hace un prólogo donde recuerda hombres que amó o no amó y los que hicieron a su formación. Concluye: “ahora todos han muerto y de mí, queda solo la mitad”.

El 3 de julio de 2021 un accidente cerebrovascular le provocó parálisis del lado derecho del cuerpo, del rostro al pie. Lo ocurrido lo cuenta de diversas formas, como si editara versiones. Acaso la más impactante es cuando está escribiendo, siente los primeros síntomas del ACV, se levanta a pedir auxilio, a dejar abierta la puerta, vuelve a la computadora, completa lo escrito, corre al teléfono, le deja un mensaje a mi hijo, “preciso y escueto”. Y el ACV “volvió a empezar”.

Es muy duro ya no contar con la diestra, más aún para quien es su principal herramienta. Y ella desde la adolescencia se hizo periodista, a la que luego fue sumando la novelista (“El affair Skeffington”), la autora de no ficción (“El petiso orejudo”) y de una decena de libros de ensayos, crónica y entrevistas, entre ellos “Black out”, ganador del Premio de la Crítica de la Feria del Libro y considerado por The New York Times uno de los libros de 2016. Antes había ganado la beca Guggenheim, y reciente el Konex de Brillante el año pasado.

Sostiene que parte de su obra se basa en “bibliotecas y recuerdos”. En “La merma”, describe su internación, las etapas de rehabilitación, los pedidos a amigos del ayer para que la ayuden a terminar de una vez, la enseñanza y domesticación de la mano izquierda, la necesidad imperiosa de escribir. No se reprime y pone la intimidad al desnudo, de las molestias y placeres intestinales a la experiencia del sexo pago. Junto a eso hay miniensayos donde activa a la crítica cultural filosa, irónica, mordaz, o la entrevistadora que busca en el mundo digital saber cómo han procesado otros “disca” el vivir con una prótesis. La dureza sin concesiones del final de “La merma” se contrasta con las otras muchas cosas que sugiere que tiene aún para contar y que ponen al lector en espera.

María Moreno “La merma” (Bs. As., Random House, 2025, 159 págs.)

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