En 1949, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón, Argentina se convirtió en uno de los primeros países del mundo en reconocer oficialmente al naciente Estado de Israel.
En un escenario mundial aún sacudido por las secuelas del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, la Argentina peronista tomó una decisión diplomática estratégica: legitimar al pueblo judío en su derecho a tener un Estado soberano en su tierra histórica.
Lejos de la caricatura nacionalista y aislacionista que muchos hacen de Perón, lo cierto es que su política exterior supo moverse con pragmatismo y visión. En plena Guerra Fría, Perón tendió la mano tanto a potencias occidentales como al nuevo Israel.
Mientras otros países latinoamericanos vacilaban o se alineaban con el rechazo árabe, Argentina apostó por las relaciones bilaterales con el Estado judío.
Esta decisión cimentó un vínculo que, con sus matices, fue creciendo. La comunidad judía local, una de las más grandes del mundo fuera de Israel, encontró en esa etapa un reconocimiento institucional que sería clave para su desarrollo.
Del reconocimiento a la traición: la década kirchnerista
Décadas después, ese legado histórico sería dinamitado por los mismos que se autodenominan “herederos del peronismo”. El kirchnerismo, lejos de honrar aquella decisión fundacional, transformó la política exterior argentina en un instrumento ideológico al servicio de las causas más retrógradas del planeta.
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La expresión más obscena de ese desvío fue el memorándum de entendimiento con Irán, firmado durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner.
Ese acuerdo infame, que buscaba desviar la investigación del atentado contra la AMIA —cometido por terroristas financiados por Teherán— selló una alianza política y comercial con el régimen de los ayatolás, enemigo declarado de Israel y de la comunidad judía en todo el mundo.
El fiscal Alberto Nisman denunció a Cristina por encubrimiento y apareció muerto en circunstancias más que turbias. Desde entonces, el kirchnerismo ha coqueteado sistemáticamente con posiciones antisemitas disfrazadas de “solidaridad con Palestina”, una causa que hoy utilizan como bandera para atacar al gobierno de Javier Milei y su clara alineación con Occidente, con Israel y con los valores de la civilización.
La llegada de Milei: un regreso a la claridad moral
Con la llegada de Javier Milei al poder en 2023, la Argentina volvió a pararse con dignidad en el plano internacional. Su gobierno no solo ha sido el más explícito en apoyar al Estado de Israel en toda la historia argentina, sino que lo ha hecho en momentos clave: después de la masacre terrorista del 7 de octubre perpetrada por Hamás, y en medio del embate internacional de sectores progresistas que buscan demonizar a Israel por ejercer su derecho a la defensa.
Milei no dudó: condenó el terrorismo, se solidarizó con las víctimas, viajó a Israel y dejó en claro que Argentina estará del lado de las democracias liberales, no de los que queman banderas, adoctrinan desde mezquitas radicalizadas o asesinan mujeres y niños.
Este viraje devuelve a la política exterior argentina algo que el kirchnerismo le había arrebatado: una brújula moral clara. Ya no hay medias tintas, ni dobles discursos, ni diplomacia entregada a la “hermandad de los pueblos oprimidos” mientras se hacen negocios con dictaduras.
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La izquierda que marcha con Hamás y cobra del Estado
Mientras Milei se abraza con Netanyahu y defiende el derecho de Israel a existir, los kirchneristas siguen marchando en Buenos Aires con banderas de Palestina, keffiyehs y carteles con leyendas que niegan el Holocausto o glorifican el terrorismo.
Lo hacen en universidades públicas, con docentes pagos por el Estado. Lo hacen en organismos de derechos humanos cooptados por militantes rentados. Lo hacen con recursos que todavía se filtran desde provincias gobernadas por el PJ o desde sindicatos alineados con La Cámpora.
Y lo hacen, sobre todo, con total impunidad ideológica: porque en su relato, el opresor siempre es Israel, el héroe siempre es el que tira piedras (o misiles), y la democracia siempre está en falta frente al “pueblo”.
La hipocresía kirchnerista no tiene límites
Los mismos que exigen cupo trans, lenguaje inclusivo y educación sexual en las escuelas no dicen una palabra sobre la ley islámica que impera en Gaza, donde la homosexualidad es castigada con prisión o muerte, donde las mujeres son ciudadanas de segunda y donde los opositores políticos son ejecutados sin juicio.
Los mismos que lloran por el lawfare en Argentina defienden regímenes como el iraní o el de Hamás, que censuran medios, controlan la vida privada y persiguen a minorías religiosas. En nombre de la “resistencia”, legitiman la barbarie. En nombre del “antiimperialismo”, justifican la teocracia asesina.
La historia juzgará a los cómplices
Si Perón reconoció a Israel cuando casi nadie lo hacía, y Milei lo apoya cuando muchos lo abandonan, el kirchnerismo quedará en la historia como el movimiento político que traicionó los principios básicos de civilización en nombre de una ideología decadente.
No por casualidad, las marchas pro-palestinas en Argentina hoy tienen más presencia de banderas rojas y verdes que de banderas celeste y blancas. Porque para ellos, la patria no importa. La nación es un concepto incómodo. Lo único que les interesa es el relato, el posicionamiento ideológico, el resentimiento infantil contra Estados Unidos, contra Occidente, contra el capitalismo, contra la libertad.
Argentina tiene que decidir de qué lado está
Mientras el kirchnerismo agita banderas palestinas para victimizarse y justificar a Hamás, el gobierno nacional le dice al mundo: Argentina está con Israel. Argentina está con la democracia. Argentina no se arrodilla más.