Hoy se conmemora en Argentina el Día del Periodista. Va un saludo a quienes corrresponda. Y algunos apuntes.
En 1995 Carlos Saúl Menem rió con ganas cuando su interlocutor ironizó: “¿Se imagina, Presidente, un mundo sin periodistas?” Era el conservador primer ministro británico John Major, sucesor de Margaret Tatcher. Estaban en un hotel neoyorquino, festejando el cumpleaños de la ONU. El chiste surgió mientras sonreían ante decenas de cronistas, cámaras y micrófonos.
Treinta años después un gran admirador de Menem, Thatcher y Major, no deja de tuitear y gemir “¡no odiamos demasiado a los periodistas!”. Acompañando las diatribas de Javier Milei, uniformados le revientan la cabeza a un fotógrafo y gasean a otros tantos (uno de ellos previamente amenazado por el asesor presidencial), servicios de inteligencia hackean cuentas de periodistas que denuncian a los servicios de inteligencia; y voceros ensobrados no dejan de justificar cada ataque a quienes registran, informan y opinan en contra del Gobierno.
Impresionado por casos como el de Pablo Grillo o Tomás Cuesta, un periodista progresista decía hace algunas semanas en su editorial radiofónica que “éste es el peor momento, por lejos, para el ejercicio del periodismo en los cuarenta años de democracia”. Al escucharlo, quien escribe recordó a José Luis Cabezas, calcinado en 1997 en un pozo cercano a Pinamar por haber fotografiado al mafioso menemista Alfredo Yabrán. Y a Hernán López Echagüe, atacado y torturado, también en los 90, por investigar a Eduardo Duhalde. Tras el crimen de Cabezas, López Echagüe se refugió en Uruguay.
Sin dudas preocupa la avanzada de la Casa Rosada contra las y los trabajadores de prensa. Pero tal vez no sea éste el peor momento para ejercer el periodismo. ¿No fue en medio de la crisis de años 30, durante la represiva década infame, que el periodista Roberto Arlt sacó a la luz esas joyas tituladas Aguafuertes Porteñas? ¿No fue en plena dictadura genocida que el periodista Rodolfo Walsh lanzó su Carta Abierta a la Junta Militar, bautizada por Gabriel García Máquez como una “obra maestra del periodismo universal”?
Como hace treinta, cincuenta o cien años, ésta es una época apasionante para ejercer este violento oficio, como le diría Walsh. La realidad nacional e internacional está cruzada por millones de relatos, muchos verdaderos y muchos otros falsos. En la era de las fake news, poco de lo que se escucha o lee es garantía de verdad. Y buena parte de las mentiras camufladas de noticias provienen de los despachos oficiales, con funcionarios cada vez más desvergonzados.
El periodismo tiene mucho por hacer en esta época, por difícil que sea. Siempre y cuando logre autopercibirse no como una compraventa de contenidos sino como la noble actividad de recolectar datos, información y testimonios, investigar aquello que el poder no quiere que se sepa, buscar la mayor libertad posible para difundir el producto de esa tarea y, a la vez, opinar sobre todo ello.
Pobre periodismo
Hace unas semanas el programa Contrapunto de nuestro canal LID+ armó una mesa sobre Milei, el periodismo, la precarización, la represión y las fake news. Junto a Ana Paoletti y Agustín Espada, participó este cronista. Allí se planteó la necesidad de diferenciar dos términos que, sospechosamente, suelen presentarse como sinónimos sin serlo: “medios de comunicación” y “periodismo”.
No son lo mismo. “Los medios” son estructuras organizadas, mayoritariamente regidas por la lógica empresarial, donde hay patrones, gerentes y empleados y donde las “noticias” son una mercancía que se compra y vende en el mercado comunicacional. El periodismo es un oficio o profesión, que cumple un rol vital para el funcionamiento de esas estructuras. Pueden parecerse, pero no son lo mismo.
Si se habla de “los medios”, el año pasado el Reuters Institute difundió un estudio sobre la relación entre las empresas periodísticas y la sociedad. Con encuestas en 47 “mercados” (de diversos países y sectores), concluye que menos de la mitad de la población “confía en las noticias”. A menor edad, menores ingresos y menor nivel educativo, mayor desconfianza.
Sin embargo, el mismo informe dice que dos tercios de esas personas reconocen que, si se les diera la posibilidad de “ver y saber cómo se hacen las noticias”, es muy probable que confíen en lo que ven, escuchan y leen. La gente quiere saber lo que pasa, el tema es cuánta realidad está dispuesto a mostrarle, sin engaños ni camuflajes, el entramado de la comunicación capitalista.
Semejante desprestigio de las corporaciones mediáticas no es adjudicable a las y los miles de periodistas que, día a día, trabajan buscando datos, investigando y comunicando masivamente aquello que quieren que se sepa. Por el contrario, quienes no son patrones ni gerentes, también son víctimas directas de los dueños de esas corporaciones.
Jueves 5 de junio. Concentración de trabajaoras y trabajadores de prensa en Plaza de Mayo para denunciar los ataques del Gobierno de Javier Milei | Foto Enfoque Rojo
El Sindicato de Prensa de Buenos Aires acaba de publicar su Encuesta 2025 sobre la “situación socioeconómica de trabajadoras y trabajadores de prensa del AMBA” (donde se concentra gran parte del gremio, entre medios nacionales y regionales). Contestaron 1.117 personas que representan a un 20 % del sector, lo que le da un alto nivel de representatividad. Algunos datos relevantes:
Más del 70 % de quienes trabajan en prensa tiene salarios que no superan la línea de pobreza. Menos que el 76 % de 2024, pero mucho más que el (también alto) 45 % de 2023. “Un cuarto del total de quienes respondieron la encuesta cayeron debajo del umbral de pobreza bajo la gestión de La Libertad Avanza”, dice el informe de Sipreba. Menos del 5 % tiene un solo empleo y puede vivir con ese único salario.
Para intentar superar el umbral de pobreza, el 55 % tiene “pluriempleo” (dos o más trabajos) y un 40 % sumó al menos una nueva nueva actividad durante el gobierno de Milei. Muchas de las nuevas “changas” no se relacionan con la profesión. Así, “crece la precarización, con jornadas fraccionadas y en condiciones cada vez más lejanas de las ideales”, lo que hace que “hoy el descanso prácticamente haya desaparecido”.
El 27 % en el último año tuvo problemas de salud que se vinculan directamente con la actividad laboral. Desde los más diversos deterioros físicos hasta “ansiedad, estrés e imposibilidad de olvidarse de los problemas laborales”.
Entre las complicaciones para ejercer el oficio se mencionan el contexto de “represión policial a la protesta social con la prensa como blanco predilecto”, “ataques verbales del Presidente” y sus partidarios, “agresiones físicas”, “judicialización de notas periodísticas” y “ataque a los medios públicos”.
Cada vez más se sufren “agresiones o amenazas online y offline por el hecho de ser periodista o trabajar en prensa”. Este año el 27 % de las y los encuestados por Sipreba afirma haber recibido algún ataque de ese tipo, por parte de agentes estatales o paraestatales.
A todo eso hay que agregar la decidida censura de todas las patronales mediáticas hacia la lucha de clases interna de las empresas del sector. Sería necio esperar que Víctor Santa María (líder del sindicatos de porteros, referente del PJ porteño y dueño del Grupo Octubre) acepte que los lectores de Página|12 y la audiencia de IP se enteren por esos medios de la crítica situación en la que están las y los laburantes del multimedio. Pero tampoco te lo cuentan Clarín, La Nación, Perfil, Infobae o C5N.
La solidaridad entre explotadores trasciende a las líneas editoriales. Porque todos llevan décadas precarizando, pagando salarios miserables y exprimendo talentos a bajo costo.
Viva el periodismo
A la salida de la Segunda Guerra Mundial, tras años de desinformación a manos de los ejércitos y gobiernos, los organismos internacionales creyeron oportuno dictar normas de respeto tanto a la libertad de expresión como al derecho a la información de todo el mundo. Una mera formalidad.
La historia demostró cuán lejos pueden estar las convenciones escritas de la realidad concreta. Cada nueva guerra entre Estados reeditó el asedio a la verdad, dejando un tendal de corresponsales muertos. El imperialismo perpetra las más crueles masacres en nombre de la “libertad”, la “república” y la “democracia”, acompañado por magnates especializados en la producción industrial de fake news.
Ni hablar en Argentina, donde a las violaciones más extremas a todos los derechos que protagonizaron las dictaduras hay que sumarle los mil y un ataques a la prensa por parte de gobiernos constitucionales o de bandas paraestatales.
Las fake news ni siquiera son una novedad centenial. En 1977 militares argentinos y uruguayos asesinaron en Montevideo a los padres de Alejandrina Barry. Ella tenía menos de tres años. Antes de ser entregada a su familia, las revistas Gente, Para Ti y Somos de Editorial Atlántida publicaron fotos de Alejandrina yla mostraron como víctima de sus propios padres, asegurando que “la habían dejado sola”.
Otro tanto hicieron en 1979 con Thelma Jara de Cabezas, a quien sacaron de la ESMA, llevaron a una peluquería, luego a un bar y, tras una sesión de fotos, regresaron al mismo centro clandestino. El “reportaje” publicado por Para Ti puso en boca de la mujer un relato creado por los genocidas. Perversas fake news. Los dueños y gerentes de Atlántida no pagaron por sus crímenes, siguieron con sus negocios y algunos hasta hoy siguen haciendo “periodismo”.
Hay que dejar de llamarle periodismo a cualquier cosa. Escaparle a la trampa en la que nos quieren meter. El periodismo será defensor de la verdad y la libertad, o no será.
Cuando una granada de gas lacrimógeno lanzada por la Gendarmería le partió la cabeza a Pablo Grillo, el Gobierno se justificó con un discurso plagado de mentiras sobre los hechos. Para La Libertad Avanza prácticamente el único culpable era el propio fotorreportero. Pero duró poco. Hasta que un grupo de periodistas recolectó infinidad de registros fotográficos y audiovisuales provistos por decenas de colegas y, tras un análisis pericial, logró determinar que el gendarme Guerrero fue el que disparó ese gas con intención de matar. Periodismo en estado puro.
Hace un siglo el periodista, filósofo y fundador del Partido Comunista italiano Antonio Gramsci condujo el periódico L’Ordine Nuovo con el lema “decir la verdad es revolucionario”. Además de cuestionar desde sus páginas a la prensa burguesa especializada en mentiras y calumnias, Gramsci llegó a la conclusión de que, en épocas de crisis de los partidos políticos, “cada diario es un partido”, ya que “informa” y a la vez “dirige políticamente” a las fracciones sociales que lo consumen.
Si las empresas periodísticas mienten es, ni más ni menos, que en función de sus propios intereses de clase. Porque, como bien dijo Gramsci, la burguesía siempre miente.
Y así como hay que dejar de decirle periodismo a cualquier cosa, en honor a la verdad y la libertad será preciso diferenciar una clase de periodismo de otra. El clan Mitre, dueño de La Nación (desde su creación a manos del oligarca liberal Bartolomé), no puede ser mezclado en nada con Roberto Arlt. En todo sentido, Héctor Magnetto y Osvaldo Bayer están en las antípodas. Y nada de lo humano une a Rodolfo Walsh con aquellos directivos de Editorial Atlántida.
Quienes hacemos La Izquierda Diario tenemos el orgullo de ser parte de la clase obrera. Compartimos con el resto de las trabajadoras y trabajadores de prensa sus luchas y reclamos. Nuestro periodismo no se rige por las leyes de la explotación capitalista, con sus patrones, gerentes y departamentos de “recursos humanos”. Desde hace más de diez años somos una trinchera en la que la información y la verdad no se compran ni se venden.
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Por todo esto, no nos sorprende que un estafador internacional, “autor” de plagios con forma de libro y hombre capaz de cambiar de convicciones como de calzoncillos, odie al periodismo. Porque carece de todo apego a la verdad y del respeto irrestricto a la libertad de expresión. Para hacer pasar su plan de ajuste, miseria y hambre, es más que lógico que Milei y sus secuaces intenten acallar a quienes registran las consecuencias.
Es cierto, son momentos complejos para el ejercicio del periodismo. Pero no más que hace treinta, cincuenta o cien años. Por eso hay que cuidarse. Pero si de lo que se trata es de combatir a la mentiras del poder con la verdad de los de abajo, no podemos dejar de hacerlo.