En los últimos días, el relanzamiento del canal infantil Pakapaka por parte del Gobierno de Javier Milei ha desatado una inesperada polémica. El anuncio de la incorporación de la serie animada «Tuttle Twins» a la grilla de programación generó la reacción virulenta de sectores progresistas que históricamente defendieron el canal como bastión educativo del Estado.
Pero la controversia no surge del contenido pedagógico, sino del contenido ideológico. ¿Por qué molesta tanto que dos niños aprendan sobre economía, derechos individuales y libertad?
Para entender lo que está en juego es necesario mirar más allá de un canal de televisión. La clave está en la teoría gramsciana de la hegemonía cultural. Antonio Gramsci, ideólogo comunista italiano, sostuvo que para lograr una revolución socialista no basta con la toma del poder político; es necesario dominar el sentido común de la sociedad.
Esa conquista se logra, decía Gramsci, a través de las instituciones educativas, los medios de comunicación, el arte y la cultura popular. «Tomen la cultura y la educación, y el resto se da por añadidura«, escribía. En definitiva, una lenta pero persistente colonización del imaginario colectivo.
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El objetivo de Pakapaka
Pakapaka nació en 2010 como parte de ese proyecto. En nombre de la infancia y la educación, el canal fue utilizado por el kirchnerismo como plataforma de difusión ideológica. Programas como “La asombrosa excursión de Zamba” no solo enseñaban historia; enseñaban una historia militante.
San Martín, Belgrano y Moreno eran convertidos en aliados del “proyecto nacional y popular”, mientras que los opositores eran caricaturizados o demonizados. En un episodio, Zamba se enfrenta a Cornelio Saavedra como símbolo de la derecha conservadora; en otro, el niño viaja en el tiempo para apoyar a Perón, Evita y hasta Chávez en un mismo relato continental. Zamba, el personaje central, era el niño ideal de la Patria Grande, una especie de Che Guevara con guardapolvo.
Otro ejemplo es la serie «Siesta «, que mostraba realidades sociales desde una óptica sesgada, o «Petit«, una producción que naturalizaba construcciones ideológicas bajo el disfraz de enseñanza de valores. Incluso segmentos educativos de producción estatal como “Historias de cronopios y de famas” mezclaban surrealismo con guiños al pensamiento de izquierda. En todos los casos, el mensaje no era neutral.
El uso de próceres patrios y símbolos compartidos como herramienta de adoctrinamiento infantil no fue accidental. Fue estratégico. Gramsci estaría orgulloso. Al apropiarse de elementos nacionales —la bandera, la escarapela, los padres fundadores— y resignificarlos desde una óptica ideológica, se lograba influir en la percepción de la historia, la política y el presente.
Esta maniobra permitió que generaciones enteras asociaran espontáneamente conceptos como justicia social, redistribución o Estado presente con las banderas de un solo espacio político.
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Tuttle Twins en Pakapaka
Por eso, el ingreso de los Tuttle Twins a Pakapaka representa una amenaza directa al statu quo cultural. Basada en los libros de Connor Boyack, la serie busca enseñar a los más jóvenes nociones fundamentales de economía de mercado, derechos individuales, propiedad privada y pensamiento crítico.
El capítulo sobre Karl Marx es paradigmático: presenta al filósofo como un personaje histórico cuyas ideas, aunque influyentes, resultaron devastadoras en la práctica.
En ese episodio, los gemelos Ethan y Emily viajan al pasado y conocen a Marx en persona. Lo ven elaborar sus ideas sobre la lucha de clases, la abolición de la propiedad privada y el manifiesto comunista. Sin embargo, lo más valioso no es solo lo que muestran, sino cómo lo contrastan con la realidad.
Los niños dialogan con otros personajes que les explican cómo las ideas marxistas llevaron a sistemas totalitarios, empobrecieron a millones de personas y provocaron genocidios en nombre de la igualdad.
Este enfoque no es invento de los guionistas. Está respaldado por bibliografía abundante. «El libro negro del comunismo» (Stéphane Courtois, 1997) documenta más de 100 millones de muertes en regímenes comunistas. «Archipiélago Gulag» de Aleksandr Solzhenitsyn describe el sistema de represión soviético con crudeza.
Incluso intelectuales progresistas como Tony Judt han admitido los fracasos del marxismo en su obra «Posguerra». Que los Tuttle Twins pongan estos temas sobre la mesa en lenguaje infantil no es banal: es revolucionario.
La indignación que generó la serie no es por su formato o calidad, sino por su contenido. Se acusa a los Tuttle Twins de adoctrinar cuando en realidad están contrarrestando décadas de adoctrinamiento.
La izquierda teme perder el monopolio narrativo. Cuando Zamba pasea con San Martín, nadie grita adoctrinamiento. Cuando Ethan y Emily Tuttle hablan de inflación, impuestos o libertad, de inmediato se activan las alarmas.
Los Tuttle Twins no inventan nada. Recuperan ideas clásicas del pensamiento liberal y las traducen en un lenguaje accesible. Frédéric Bastiat, John Locke, Adam Smith, Friedrich Hayek, Milton Friedman, Ayn Rand: todos son parte de ese universo de pensamiento que promueve la libertad como valor fundacional.
Como decía Ludwig von Mises: «La educación no debe ser un instrumento para moldear a los jóvenes según una doctrina, sino para capacitarlos a pensar por sí mismos«. Esa es, precisamente, la esencia de esta serie.
En ese sentido, los Tuttle Twins funcionan como una forma de alfabetización política que compensa años de vaciamiento intelectual en los contenidos escolares. Como han señalado autores como Thomas Sowell en «Visiones y desilusiones«, las ideas sí importan, y no todas son iguales. Enseñar a los niños que existen distintas visiones del mundo no solo no es peligroso, es necesario.
Los críticos argumentan que los niños no deben ser expuestos a contenido ideológico. Pero ¿no es ideológico enseñar que la independencia argentina fue producto exclusivo de la lucha popular y no también de tensiones económicas, intereses comerciales y contextos geopolíticos? ¿No es ideológico ocultar las consecuencias del comunismo real y presentar al capitalismo únicamente como una fuerza de opresión?
Los enemigos de la serie han invocado incluso la religión de sus creadores para deslegitimarla. Angel Studios, la productora, tiene raíces mormonas. Pero ¿desde cuándo la afiliación religiosa invalida un contenido audiovisual? ¿No se promovía abiertamente la figura de Chávez o Evo Morales?
La batalla cultural no se libra sólo en el Congreso o en los medios de comunicación; se libra todos los días en las aulas, en las pantallas, en los cuentos antes de dormir. Y es una batalla que vale la pena dar.
El caso Pakapaka es paradigmático porque desenmascara el mecanismo de apropiación estatal de los contenidos infantiles. No se trata de reemplazar un dogma con otro, sino de abrir el juego. De permitir la pluralidad. De enseñar a los niños a pensar, no qué pensar.
Que los Tuttle Twins molesten tanto a quienes dominaron durante años la narrativa oficial es, en el fondo, un buen síntoma. Significa que el monopolio ideológico empieza a resquebrajarse. Que hay una nueva generación dispuesta a dar la batalla desde el primer episodio. Y que tal vez, por primera vez en mucho tiempo, la libertad tenga una voz en el patio de los jardines de infantes.