Acaso una de las fatalidades más dolorosas de la vida y de la política consista en enamorarse de la persona equivocada. A los “liberales” de Milei se les hace agua la boca con la “democracia iliberal” de Viktor Orbán, que es bien conocido en el mundo entero por haber instaurado un régimen populista de extrema derecha, una “autocracia soft” y antisistema que combate a jueces y periodistas, el arte y la cultura, la diversidad sexual y la autonomía ideológica en las universidades; que reivindica a Antonio Gramsci y consagra la hegemonía, y que con reconocidos trucos y mañas feudales –los mismos mecanismos que rancios barones peronistas utilizaron durante años en sus “bastiones históricos” y que los Kirchner quisieron extrapolar sin éxito a toda la nación– logra siempre inclinar la cancha en los comicios y bloquear cualquier alternancia. Este formato, que en nombre de Occidente busca liquidar la democracia occidental, entusiasma a los libertarios, que aquí siempre desconfiaron de la institucionalidad y del “consenso alfonsinista”, aunque no lo digan a viva voz porque todavía es piantavotos.
La doble vara y el oportunismo de los conversos facilitan la cultura del maltrato, la arbitrariedad y la venganza
El topo que viene a destruir el Estado desde adentro quizá venga a corroer también la democracia republicana tal y como la concebimos, pero lo cierto es que desde su triunfo en la ciudad de Buenos Aires se ha convertido en el líder indiscutido del antikirchnerismo, y que republicanos de distintas fuerzas han abandonado sus escrúpulos y reparos (su identidad) y han aceptado que los conduzca con mano de hierro. Allí van juntos y subordinados hacia la gloria –bajo la jefatura impiadosa del emperador temperamental– muchos dirigentes que en su momento habían defendido con uñas y dientes la república amenazada por el chavismo local, pero que de pronto han olvidado casi todo aquello en lo que creían: más temprano que tarde serán expulsados del paraíso mileísta por herejes o acatarán la sumisión requerida y acabarán por autoconvencerse de que el topo siempre encarnó sus convicciones profundas. Tal vez sea un poco tarde para cuando se den cuenta de que se enamoraron de la persona equivocada y que juntos están construyendo un sistema político a imagen y semejanza del cacique de Hungría. Batallaron contra un régimen de partido único y ahora serán los peones de un orden similar, aunque de sesgo antagónico. Lo harán, naturalmente, bajo tres paraguas: hay que derrotar al archienemigo, nuestros votantes nos lo piden –el cliente siempre tiene la razón– y debemos conseguir a cualquier costo un asiento en el tren de la victoria.
El topo que viene a destruir el Estado desde adentro quizá venga a corroer también la democracia republicana tal y como la concebimos
Como el nuevo patrón es irascible y patrulla todo desde un panóptico, mejor mirar para otro lado ante el hostigamiento a la prensa, que siempre los escandalizó, y no criticar la virulenta operación de censura y escarmiento contra Ricardo Darín para que a partir de ahora todos cierren la boca y nadie proteste ni por el precio de los rabanitos. Es preciso, a su vez, callar frente al nuevo intento de adoctrinar con Paka Paka (cuando lo impulsa el Instituto Patria está mal, cuando lo alienta la Fundación Faro está bien), y muy saludable mantener silencio ante el intento de colocar a los disidentes dentro de los objetivos del Plan de Inteligencia Nacional, ideas que Orbán y Maduro ya han puesto en práctica con tenebrosos resultados. Ni siquiera se puede tener las agallas suficientes, en esta rendición total, como para cuestionar el desplante institucional que el Presidente le hizo a la vicepresidenta el día patrio y al jefe de Gobierno porteño, que quedó con la mano extendida.
La motosierra no se detiene en el follaje de la burocracia y el curro; tiene vida propia y avanza sobre los brazos y piernas del cuerpo humano
El intendente de San Isidro, que ganó bajo el sello del Pro y que ahora solo está esperando como un cachorro que el León lo mire y le baje línea, es un buen ejemplo de toda esta traición: dijo que no repudiaba el negado saludo protocolar a Jorge Macri porque Javier Milei es muy transparente y porque esta es “su forma de ser”: personas golpeadas que justifican al golpeador. También se apresuró –no vaya a ser cosa– a relativizar el video hecho con Inteligencia Artificial mediante el cual el oficialismo violó la veda electoral e intentó manipular el voto: “Supe desde el primer momento que era falso –dijo el alcalde de San Isidro–. No era verosímil, con lo cual no le hubiera dado tanta relevancia”. Un buen ejercicio sería preguntarse qué habrían dicho si los camporistas hubiesen impulsado en redes sociales semejante campaña sucia. La doble vara y el oportunismo de estos conversos facilitan la cultura del maltrato, la arbitrariedad y la venganza. Hay también discípulos de Raúl Alfonsín que bajan las orejas y permanecen indiferentes no ya a una reforma dura pero razonada sino a un ajuste ciego y atolondrado que no excluye a los médicos y enfermeros del Hospital Garrahan, ni a las organizaciones que tratan sobre la discapacidad, ni a la ciencia argentina, incluido el valioso Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). El anarcocapitalismo es así, y la motosierra no se detiene en el follaje de la burocracia y el curro; tiene vida propia y avanza sobre los brazos y piernas del cuerpo humano. Los radicales aceptan el relato mileísta sobre su propia historia. Ese relato incluye muy especialmente tomar la parte por el todo. Por ejemplo, reducir la era Alfonsín a la hiperinflación, minimizando la importancia de la restauración democrática que valientemente condujo. A propósito, alguien en X nos recordó esta semana un discurso donde don Raúl parecía hablar del presente: “Fue muy alto el precio que pagamos por esta democracia como para ir detrás de algún mesianismo facilista que seguramente aún acecha. Por eso es indispensable la humildad en el gobernante. Por eso es mala la arrogancia. Fundamentalmente por eso es indispensable la unión. Nadie como los gobernantes puede conspirar contra la unión de los argentinos. Por eso es indispensable también la tolerancia en el gobernante. Por eso es temible el fanatismo. Debo recordarles a amigos y adversarios que no existen enemigos entre los partidos políticos de la democracia argentina. No dejemos que la pasión nos enceguezca. Nadie tiene derecho a malograr el esfuerzo ya realizado”. Que los discípulos de Viktor Orbán se rían de esta “ñoñería” está en la lógica de su feroz populismo de derecha. Pero que los discípulos de Alfonsín y los republicanos en general acepten esa risa es un malentendido y una afrenta.