Las imágenes de Qatar 2022 son lejanas y cercanas a la vez. ¡Las hemos visto tantas veces sin cansarnos! Por TV, en la computadora, en los celulares. Videos inéditos, más inéditos todavía y el último de los últimos, ese que nadie había mostrado. En todas esas postales en movimiento, probablemente todavía no entendamos cómo Lionel Scaloni se queda en trance por unos segundos desde que Gonzalo Montiel convirtió el penal que les cambió la vida a jugadores, cuerpo técnico e hinchas que nunca habían visto en vivo a la Argentina consagrarse campeón del mundo. Y nos seguimos preguntando cómo fue que, después de ese partido tan espeluznante, el entrenador no se haya desplomado sobre el césped del Lusail. O que no saliera corriendo sin destino fijo. Es más, que no soltara de inmediato esas lágrimas que sí se permitió cuando se sentó pesadamente en el banco de suplentes, ocultándose de las cámaras y escapando de los primeros abrazos, hasta irrumpir directamente en llanto cuando lo vio venir de frente a Leandro Paredes. ¿Y cuántas veces, aún hoy, usted se quebró con él al ver esa repetición?
Es difícil desclasificar a Scaloni, separarlo de aquel personaje pintoresco de su etapa de jugador, bromista, risueño, entrador. O del auxiliar cercano a los jugadores de los tiempos en que fue parte del cuerpo técnico del volcánico y decepcionante Jorge Sampaoli. Quizá en ese espejo de su predecesor en Rusia 2018 no haya querido verse jamás. Y empezó, subliminalmente, a bosquejar su propio perfil, su identidad. Pero no deja de ser una simple percepción.
Pasó el tiempo. Muchas cosas cambiaron. Un país que busca su identidad en medio de los cimbronazos y al que le cuesta encontrarla producto de sus dislates y de su falta de empatía entre las clases dirigenciales y políticas. El seleccionado de fútbol, a pesar de tener la AFA uno de los peores presidentes que se recuerde, emana un funcionamiento escapado de otra dimensión. Y en ello, además de la identificación que logra en sus jugadores, los viejos, los nuevos y los que vendrán; en sus hinchas, los de antes y los de ahora, está el factor Scaloni. Capaz, junto con su cuerpo técnico, de provocar admiración en propios y extraños.
¿Qué podría echar por tierra con la construcción de una maquinaria ideal, que no provoque sinsabores más allá de un resultado deportivo, al fin y al cabo lo único que no se puede manejar? Tener un conductor que, estimulado en exceso por los vapores del exitismo, levitara más allá del mundo real. Creérsela, en definitiva. Si uno observa el detalle de los logros de Scaloni, perder el eje natural era una de las posibilidades.
Los logros de Scaloni: un resumen impactante
Pero no. Así como Scaloni-Aimar-Samuel les cerraron las puertas a los riesgos que podría causar Brasil por los extremos (Raphinha y Vinícius) doblando las marcas con Tagliafico-Almada y Molina-De Paul y marcaron las pautas para una paliza histórica que ejecutaron brillantemente los futbolistas, el DT sabe cuál es, acaso, uno de sus roles más gravitantes: el de ser equilibrado.
Y acá no importa si lo siente así o no: es ejercerlo, saber lo que pide cada jugada. Da la sensación, tomando en cuenta aquello de la final de Qatar, que no imposta: por el contrario, que lo siente de verdad. Pero en cada partido, en los días previos o en las conferencias de prensa, Scaloni es un ejemplo de sensatez, de mesura, de ubicación. En derrotas, en victorias, en partidos con decisiones polémicas, en clásicos con frases desafortunadas que pueden alterar el clima y las reacciones de los protagonistas. El coach es siempre el mismo y actúa como de costumbre: con altura.
Tan sensato es su proceder que no pudo evitar menear la cabeza en gesto desaprobatorio cuando Dibu Martínez se puso a juguetear con la pelota en una salida desde el área, algo innecesario para con cualquier rival y mucho más cuando se está ganando. Y lo hizo saber marcando negativamente con la mano derecha el gesto de su arquero estrella, sin importar que fuese el ídolo inmediato a Lionel Messi en el escalafón de la gente.
Es más, muchas veces le baja el precio a la lluvia de elogios, felicitaciones personales y copetes endulzados en formas de “centros” que le llegan antes de cada pregunta en las ruedas de prensa. No se altera ni se deja llevar por la marea almibarada: prescinde de ella, literalmente. O simplemente se sonríe, con educación, cuando una pregunta, en el afán de ser original, termina transformándose en un jeroglífico. En esos casos, busca interpretar qué están tratando de preguntarle y sin hacer sentirse mal al interlocutor. Eso se llama clase.
Este martes, incluso, un periodista brasileño, seguramente contrariado por la abultada derrota y por la superioridad argentina, le pidió su mirada sobre la realidad del fútbol de Brasil. Lejos de alardear con la exhibición que acababan de regalar sus dirigidos, Scaloni hizo hincapié en la magnitud de la historia del seleccionado verde-amarelo, en los cinco títulos mundiales, en la jerarquía del futbolista brasileño. Habló de un momento de transición y de que en poco tiempo volveríamos a ver al equipo en el nivel que se le conoce y reconoce. Remarcando su admiración por Brasil.
Lo mismo con Raphinha y sus conceptos provocativos en las horas previas al clásico en la entrevista con Romario por Youtube. Lo justificó, dijo que no creía que hubiera querido ofender. “Entiendo la situación, es un Argentina-Brasil. Lo disculpo a Raphinha porque sé que no ha querido herir a nadie. No lo hizo a propósito porque defiende a su equipo, a su selección. Y no fue por eso que jugamos así. Con o sin declaraciones íbamos a jugar nuestro partido y ellos también”, especificó, mientras algunos medios de Brasil hablaban de la inconveniencia que habían tenido esas frases del jugador de Barcelona. Tras el partido, el entrenador argentino se dio un gran abrazo con Raphinha.
La forma de ser de Scaloni, yéndose apenas terminó el partido y entendiendo que el festejo de los jugadores con la gente era “de ellos” y no suyo, fue acompañada con una aclaración: que lo que más disfrutó en ese post-victoria había sido la conversación por celular con sus padres y con su mujer e hijos. “Ese minuto con ellos fue lo más lindo para mí”, dijo como expresión de su máxima emoción en una noche en la que había sido el director de orquesta de una auténtica sinfónica.
A esta altura, nadie puede mostrarse sorprendido. Scaloni eligió ser así: mesurado, sensato, respetuoso con los suyos y los demás, y humilde en la abundancia. El crack ya sin botines y auténticamente con los pies sobre la tierra.
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