Sometido a un protagonismo no deseado, Edgardo Kueider ofició como símbolo de una áspera derrota política del oficialismo. Empañó, en días, los discursos autocelebratorios con los que Javier Milei balanceó su primer año en el poder. Condena efímera al escándalo de dólares no declarados, la expulsión del legislador abrió la puerta al cuestionamiento a la corrupta Ley Bases. Esa Ley Banelco de nuestros días funciona como pilar central del esquema ajustador. El entrerriano llegó al Senado en la misma boleta que Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Corría 2019. Este año mutó en activo aliado de La Libertad Avanza, garantizando con su voto el empate en la votación de la norma cuestionada. El desempate corrió a cargo de Victoria Villarruel.
Si se va más allá de la tensa sesión acontecida el jueves pasado, se desnuda un aspecto esencial de la mecánica política que sostiene a Milei. Sin dadores –voluntarios o pagos– de gobernabilidad, el ajuste oficial no hubiera avanzado como lo hizo. La “imbatibilidad” que la oposición y cierto periodismo ven en el presidente no se explica sin esa dosis de colaboración ejecutada por macristas, radicales y una fracción no desdeñable del peronismo. Tampoco sin la persistente tregua que garantizaron las dirigencias burocráticas peronistas cabezas de la CGT, de numerosos sindicatos y de movimientos sociales.
Aun con tensiones, el último período político vio al kirchnerismo sumarse, a su manera, a ese cuadro de colaboración. Las mutuas chicanas entre Milei y Cristina Kirchner acompañan una paciente negociación en temas como la antidemocrática reforma electoral y la eliminación de las PASO; la ley de Ficha Limpia y la conformación de la Corte Suprema. La exvicepresidenta postula, asimismo, votar cada cuatro años, propuesta que debe causar simpatía en una Casa Rosada siempre presta a recortar derechos y libertades democráticas.
Esa voluntad pactista integra una estrategia de resignación frente al avance de la derecha mileísta, que permite el despliegue del ajuste salvaje mientras prepara condiciones para volver electoralmente en 2027.
Frente a esa orientación, la izquierda trotskista apuesta a otra, opuesta: la estrategia de desarrollar una gran fuerza política que aliente y extienda esa resistencia de la clase trabajadora y la juventud que ya está en curso. Que apueste a la calle como terreno fundamental en la lucha para tirar abajo el reaccionario esquema postulado por Milei, el FMI y el gran empresariado.
La estrategia de la resignación
El peronismo anunció temprano su giro hacia aquel lugar. Azotado por la derrota electoral de 2023, protagonizó un desbande recién asumido Milei. Sergio Massa, fingido “paladín” de la lucha contra la derecha, huyó a refugiarse en la comodidad de un fondo buitre. Atados al toma y daca de recursos, los gobernadores oficiaron una danza que dio tibios opositores; oficialistas y ultra-oficialistas: el tucumano Jaldo figura al tope de este último listado [1]. Kicillof, voceando rebeldía, eligió conducir su propio ajuste: lo saben las y los estatales bonaerenses. Sin ir más lejos, este viernes, la intendenta Mariel Fernández de Unión por la Patria reprimía a trabajadores municipales que reclamaban un bono de fin de año.
Cristina Kirchner se llamó a un silencio casi absoluto por dos meses, mientras la topadora mileísta avanzaba a caballo del DNU 70/23, la Ley Bases y el ilegal protocolo antipiquetes. Ese mutismo ofició de puente. La carta de 33 páginas que publicó el 14 de febrero contenía un giro programático a derecha, que aceptaba discutir la reforma laboral –bajo el eufemismo de “actualización”–; revisar privatizaciones y habilitar la discusión sobre el “equilibrio fiscal” en los términos del empresariado. A días de las salvajes represiones ejecutadas por Bullrich frente al Congreso, el texto no contenía una sola línea condenando ese accionar que, por ejemplo, le quitó la vista en un ojo a nuestro compañero Matías Aufieri, abogado del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos.
En el Congreso, el peronismo actuó esencialmente direccionado bajo esa estrategia. No hubo obstáculos para que Unión por la Patria votara en el Senado el generoso blanqueo que celebran Milei y los fugadores. Por el contrario, semeja una tarea “titánica” convocar en Diputados una sesión destinada a rechazar el DNU 70/23. Se requieren solo 10 firmas: el Frente de Izquierda aporta 5. A más de un año de emitido el decreto, el bloque que encabeza Germán Martínez no “logró” juntar otros 5 entre sus 99 legisladores.
Fin, diría Adorni.
Culpar “a la sociedad” para no responsabilizar a las direcciones
Justificando su estrategia de resignación, el discurso político peronista repite que “la gente votó a Milei”. El razonamiento, extrapolado por muchos, lleva al cinismo de decir que si un jubilado eligió a Milei, “se merece” que le saquen los remedios. La misma Cristina Kirchner ensayó esa lógica de culpabilización sobre la “sociedad” al asumir la presidencia del PJ.
Aun así, el argumento simplifica al cubo. Los pueblos no “tienen los gobiernos que se merecen”, como alega la vieja máxima. En la Argentina contemporánea, el 44 % que votó a Sergio Massa –casi la mitad de la población– no eligió el ajuste mileísta. Lo rechazó y lo sigue rechazando, conforme evidencian sondeos varios. Es la dirección político-sindical del peronismo la que, apostando al retorno electoral en 2027, publicita la resignación.
La estrategia de la resignación condujo a la derechización programática y a la moderación casi absoluta de la protesta callejera. Las excepciones confirman la regla: marchas y paros aislados, sin plan para seguir; protestas organizadas para el fracaso; la desmoralización como resultado casi lógico.
En los meses iniciales de la gestión Milei, la CGT empujó un vandorismo módico, golpeando con una marcha y dos paros nacionales destinados, esencialmente, a abrir negociaciones con el Poder Ejecutivo. El 9 de mayo, día del segundo paro general, la conducción cegetista hizo explícito el pedido de una “mesa de negociación” con el Gobierno y las patronales. Concedida tiempo después, creó las condiciones para una tregua que se extiende, grosera, hasta el presente. En ese complejo entramado sindical, los discursos díscolos retumban en contraposición a sus resultados tangibles. Pablo Moyano y una fracción de gremios opositores marchó el 12 de junio contra la Ley Bases: su participación fue poco más que simbólica.
En esa confusa complejidad del peronismo en crisis, Juan Grabois ensaya un discurso que pasa de los exabruptos a los halagos a Milei, mientras reivindica una resistencia callejera de (más que) dudosa comprobación. Antaño dirigente social, hoy autodefinido dirigente “político”, acompaña globalmente la orientación del conjunto del peronismo: dejar al país derrumbarse bajo el ajuste mileísta. Atento a dar cobertura a este peronismo resignado, destina espacios y palabras a atacar a la izquierda que resiste el ajuste –de manera real, no discursiva– en las calles, los lugares de trabajo y de estudio.
Culpar a esa entelequia llamada “sociedad” equivale a exculpar a las conducciones y direcciones realmente existentes. A aquellas organizaciones que, dirigiendo formalmente a cientos de miles de personas, renuncian voluntariamente a la resistencia y la lucha.
Analizando los años 30 y el papel de las dirigencias sindicales burocráticas de los partidos Socialista y Comunista en Francia, León Trotsky indicaba:
¿No hay una gran fuerza de conservadurismo en las propias masas, en el proletariado? Se levantan voces de distintos lados […] Hasta ahora no ha habido un solo caso, ni en París ni en las provincias, en que las masas hayan permanecido sordas ante un llamado de la dirección […] Es imposible aportar un solo hecho que atestigüe que los jefes quisieron luchar y que las masas se negaron a seguirlos [2].
Traspolado en el tiempo, el argumento inicial repite el mantra peronista sobre el “conservadurismo” de la sociedad. Las semejanzas no terminan ahí. El 2024 argentino encuentra otro punto de coincidencia con el 1934 francés: a cada llamado de las dirigencias, la base obrera y estudiantil respondió con voluntad de lucha.
Los trabajadores pararon masivamente tanto el 24 de enero como el 9 de mayo. Ese día, Patricia Bullrich se llevó el premio al ridículo, “pagando” con una SUBE sin saldo en un colectivo que, como cientos de unidades más, circulaba vacío. Esa fuerza de la clase trabajadora se vio en los paros por sector, en gremios estratégicos como aeronáuticos, aceiteros, ferroviarios y trabajadores del neumático, agrupados en el Sutna. Mostró su disposición a luchar el 30/10, en un potente paro de los gremios del transporte. También escenificó combatividad y perseverancia en las duras peleas docentes que cruzaron el país, desde Misiones a Neuquén, pasando por Córdoba y Santa Fe. Mención de honor merecen jubilados y jubiladas, que desde hace tiempo marchan cada miércoles denunciando el ajuste y enfrentando el hostigamiento policial o la represión abierta.
Lo mismo ocurrió en el movimiento estudiantil y la lucha universitaria. Un millón de personas llenaron las calles del país el 23 de abril. Cinco meses más tarde, el 2 de octubre, medio millón repitió protesta. La diferencia reside, en parte, en el llamado. Autoridades académicas y burocracias gremiales y estudiantiles eludieron hacer una fuerte convocatoria. Su estrategia no radicaba en la fuerza de la calle, sino en la rosca impotente en los pasillos del poder. Aun a pesar de esa orientación, el movimiento estudiantil respondió intrépido y combativo al veto presidencial a la Ley de Financiamiento universitario: el país se pobló de tomas de facultades y asambleas. Así como la conducción de la CGT eludió continuar la protesta, las autoridades académicas evitaron convocar a una tercera Marcha Federal Educativa. El titular del CIN, conservador nato, eligió el ajuste salarial a docentes y no docentes en lugar de algo parecido a luchar.
La estrategia política de la izquierda: desarrollar la resistencia
Desde diciembre de 2023, la izquierda se orientó bajo una estrategia distinta, siendo parte activa de la resistencia que protagonizaron fracciones de la clase trabajadora, organizaciones y movimientos sociales, junto a otros sectores. Apostó a desarrollarla, extenderla y fortalecerla.
El Frente de Izquierda Unidad, con sus 5 diputados y diputadas, apareció como la única fuerza política que no transó ni votó leyes al oficialismo. Al mismo tiempo, su militancia acompañó activamente en las calles a los movimientos sociales, al sindicalismo combativo y a las asambleas barriales y de la cultura. Lo hizo enfrentando la represión, desde el mismo 20 de diciembre.
Desde el PTS-Frente de Izquierda peleamos intensamente el desarrollo de la autoorganización y la coordinación, buscando unir por abajo y democráticamente a trabajadoras, trabajadores, estudiantes y demás sectores en lucha. Una apuesta direccionada a superar las divisiones que imponen los aparatos burocráticos de distinto signo político.
La corrupta Ley Bases encontró a la izquierda enfrentando la represión en las calles y denunciando la entrega al interior del Congreso. Dio esa batalla peleando, al mismo tiempo, por imponerles a las CGT y las CTA un paro nacional y plan de lucha. Una medida de ese tipo, garantizando una movilización masiva en las calles, hubiera habilitado un curso distinto para los acontecimientos.
Esa orientación de la izquierda se materializó en otros combates a lo largo del país. Fue, por ejemplo, parte activa de la enorme lucha docente que duró ocho semanas en Neuquén. Tuvo también un lugar de lucha junto al activismo que emergió en el Hospital Laura Bonaparte, de CABA. Allí se peleó y se garantizó una permanencia por cuatro días en el nosocomio que frenó el intento de cierre. La autoorganización fue esencial: se logró enfrentando las maniobras divisionistas de las conducciones burocráticas.
La Juventud del PTS-FITU apostó fuerte al despliegue de la lucha universitaria, impulsando tanto las tomas como las asambleas por escuela o facultad, estudiantiles e interclaustros. Desde ese lugar peleó la convocatoria a una tercera Marcha educativa, intentando potenciar y extender la resistencia que mostraba el movimiento estudiantil.
La relación de fuerzas
Moderado hasta en los conceptos, el peronismo de la resignación acude, ansioso, a la “correlación de fuerzas” como explicación última de su estrategia política. La aplicó a reglamento bajo el gobierno del Frente de Todos. La repite, desganado, en la gestión mileísta. Sin embargo, si se repasa el largo 2024, la calle, en sentido genérico, operó mostrando tendencias favorables al despliegue de la resistencia.
El vandorismo sindical le ganó a la CGT un lugar en la mesa de negociaciones. Esa traición expresa, al mismo tiempo, el poder social de la clase trabajadora. Para una gestión cuyo programa se resume en “barrer con los sindicatos y los derechos laborales”, negociar con la casta sindical equivale a reconocer debilidad. Algo análogo se verifica en la lucha universitaria. La masiva movilización del 23 de abril torció el rumbo discursivo del Gobierno: Milei, privatista desde sus genes, tuvo que reconocerle el género de “causa noble” a la protesta y ratificar el carácter público de la educación superior.
La calle marcaba una flecha en dirección a la resistencia; permitía desplegar a niveles superiores la lucha; habilitaba a masificar y extender el rechazo activo al ajuste en curso. Lo contrario ocurría en la superestructura política. En el “palacio”, la dinámica trazó rumbo a derecha. Macristas y radicales eligieron arrodillarse ante La Libertad Avanza, contubernio que está cada vez más en crisis. El peronismo, como ya dijimos, amoldó programa y acciones, resignándose ante la ofensiva de la ultraderecha.
Construir la fuerza de la resistencia
En esa estrategia de la resignación se delinean los límites estructurales del peronismo. Respetuoso ante las imposiciones del capital financiero internacional que encarna el FMI, no cuenta verdaderamente con un programa alternativo; a lo sumo una variante descafeinada del rumbo de decadencia nacional en el que se enmarca la gestión mileísta. Su infinita moderación en las calles y la rosca parlamentaria con el oficialismo emergen como subproducto de aquel diktat socio-económico.
Entre sus simpatizantes, el malestar aparece como resultado necesario. Lo consignó, como dijimos, el último relevamiento de Tendencias, que presenta un 54 % de inconformismo hacia el peronismo actual por parte de les votantes de Massa. Parece emerger, también, en la creciente simpatía hacia la izquierda. Lo marca, en este caso, una investigación reciente de la Universidad de San Andrés. Para quienes se oponen al Gobierno la izquierda es referencia ineludible: entre los primeros 5 referentes están Myriam Bregman (3°) y Nicolás del Caño (4°).
Esa simpatía es un punto de apoyo esencial para caminar la construcción de una gran fuerza política de la resistencia de la clase trabajadora y la juventud. Una fuerza política anclada en los lugares de trabajo, de estudio y en las barriadas populares. Que se prepare para presentar batalla a la burocracia sindical en gremios, comisiones internas y cuerpos de delegados. Que apueste a recuperar y revolucionar los centros de estudiantes para aportar a recrear esa gran tradición de la unidad obrero-estudiantil, visible entre las barricadas y el humo del Cordobazo.
Ese camino supone desplegar la resistencia, esa gran tradición nacional que entra en escena cada tanto para recordar a la clase dominante que la historia no la hacen las roscas parlamentarias o los hombres cegados por su propio ego. Apostar al desarrollo de la misma es tarea fundamental de quienes deseamos derrotar el ajuste mileísta y enviar el “experimento libertario” al basurero de la historia.
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NOTAS AL PIE
[1] Los diputados tucumanos que responden al gobernador Jaldo rompieron con el bloque en enero para apoyar los proyectos del gobierno en Diputados, como la Ley Bases. Semanas antes, apenas iniciada la gestión de Milei, tres diputados de Salta, también electos por Unión por la Patria, se fueron del bloque y luego conformaron parte del bloque de Innovación Federal. Lo mismo ocurrió en el Senado: el ejemplo paradigmático, no el único, es el hoy internacionalmente conocido Edgardo Kueider. Esa colaboración permitió materializar normas como la Ley Bases o garantizar vetos como la suba de las jubilaciones y la ley de Financiamiento universitario.
[2] Diario del exilio / ¿Adónde va Francia?, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013, pp. 100-1.
Eduardo Castilla
X: @castillaeduardo
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.