Flor Alvarado tiene 28 años y una trenza negra bien larga, como la que usaba su abuela. Hija de migrantes bolivianos y criada en el barrio porteño de Villa Soldati, esta artista visual y activista del colectivo antirracista Identidad Marrón expuso la semana pasada por primera vez en ArteBA, una de las muestras de arte contemporáneo más importantes de Latinoamérica. Fue invitada por el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), que tuvo el único stand que integró de manera inédita la perspectiva de género y diversidades y el arte. Flor Alvarado mostró una de sus pinturas, La Venus bolita, que reinterpreta la emblemática obra de Botticelli (El nacimiento de Venus) en un autorretrato, donde se la ve desnuda, con la punta de su trenza larga cubriéndose sus partes más íntimas. El cuadro está enmarcado con madera de un cajón de verduras. También exhibió dibujos de su serie “Cartografías de una Argentina racializada”. Están hechos sobre papel madera con tizas pastel. Vendió varios. Uno de los compradores fue uno de los jueces de la Corte Suprema. ¿Quién es esta joven que refleja en su obra cómo la belleza, el disfrute y el placer se manifiestan en los cuerpos racializados?
Es domingo, el último día de ArteBa. Falta una hora para que termine la muestra. Flor Alvarado lleva un vestido de fiesta negro, largo. Y su trenza, negra, larga. Invita a esta cronista a sumarse a un ritual de la comunidad boliviana en un altar montado en el stand de ELA. Hay que elegir dos hojas de coca y ofrendarlas. Ella quema algunas. Hay que pedir tres deseos. El altar está hecho con cajones de verdulería, frente al cuadro de La Venus bolita.
Ese cuadro, contará luego, lo empezó el año pasado, en un ejercicio de la Cátedra Fidanza de Pintura, de la Universidad Nacional del Arte (UNA), donde está terminando la licenciatura en Artes Visuales con orientación en dibujo. “Venía trabajando con la pintura de la Venus de Botticelli. En el 2022 yo había hecho un autorretrato que se llama La Venus Marrona, que fue preseleccionado y participó de la muestra de premios 8M en el Centro Cultural Kirchner. La obra habla sobre mi historia como persona marrona de origen popular, hija de migrantes bolivianos, queriendo estar en el circuito del arte, sobre mis deseos y cómo se vinculan con estos espacios, que a las personas racializadas nos quedan muy lejanos”, dice a Página 12.
Está feliz por su debut en ArteBA. De Villa Soldati a ArteBA. Sobre todo, agradece a ELA la puerta que le abrió. El espacio de la ONG, bajo el título Otras historias posibles II, exhibió además de los dibujos y la pintura de Flor Alvarado, otras obras y proyectos del Archivo de la Memoria Trans, de la galería Belleza y Felicidad Fiorito –abierto en ese rincón del conurbano bonaerense, en la periferia de Lomás de Zamora, por la artista visual y poeta Fernanda Laguna, donde lleva adelante talleres artísticos con mujeres villeras– y de Migrantas en Reconquista, un proyecto de investigación y acción que articula los territorios del Área Reconquista del partido de San Martín con la Universidad Nacional de San Martín y el Centro de Investigación para el Desarrollo Internacional de Canadá. Guadalupe Arriegue fue la curadora. La conoció a Flor Alvarado en una residencia en Las Cuevas de Cerro Colorado, Córdoba. La joven artista visual fue becada por Mercedes Fidanza, directora de la residencia y profesora en la UNA.
La serie de dibujos “Cartografías de una Argentina racializada” no está terminada, aclara Flor Alvarado. Refleja, dice, “esta tensión de ser una persona racializada en el contexto argentino” a través de distintos ejes, como el sexoafectivo, el identitario, el geográfico y el socioeconómico. “Entonces aparecen estas imágenes o los elementos que se ven en la cotidianidad de una persona racializada, y busca que el espectador se ponga ahí enfrente y empiece a unir los puntos para contar esta historia”, dice.
Su padre y su madre llegaron al país a mediados de los ‘80. Migraron, cada uno por su lado, buscando un futuro mejor. Y en la ciudad de Buenos Aires formaron familia: tuvieron dos hijas. Con esfuerzo, también se formaron ellos: los dos son enfermeros y trabajan en un geriátrico y en un hospital. Flor Alvarado es hija de bolivianos pero también de la educación pública. Egresada del Colegio Nacional Buenos Aires, de niña, fue al Instituto Vocacional de Arte, que queda en Parque Chacabuco. “Hubo una apuesta fuerte de mis padres en la educación y la formación”, destaca.
La Universidad pública también le abrió puertas, y se encontró con docentes que la apoyaron, como Fidanza. “A veces una necesita la palma en la espalda”, apunta. Sobre todo, dice, si sos mujer, de un barrio popular, de la periferia, y racializada.
Ahora ella vive entre los barrios porteños de Flores, donde comparte la casa con su hermana, y Villa Soldati, el hogar de sus padres. No tiene todavía un estudio. Su taller está en su dormitorio, y las obras terminadas y embaladas van copando también parte del living.
Un abuelo materno que tallaba la madera, tías que intuitivamente hacen diseño textil, un padre al que siempre le gustaron las manualidades, otras parientas que tejían en telar: esa es su genealogía artística, cuenta.
En 2019 se unió al colectivo antirracista Identidad Marrón. “Los conocía por Internet. En ese momento estaba trabajando en una serie fotográfica de retratos de jóvenes descendientes de indígenas que viven en la urbanidad, para mostrar otro tipo de belleza, atravesado por la identidad andina, los lugares que habitan. Me contacté con ellos y fui a una de las reuniones. Había algo que en las publicaciones y en el discurso me llamaba mucho la atención. Me uní al colectivo y empecé a trabajar de manera conjunta con ellos”, recuerda.
–¿Cómo se expresa el racismo en Buenos Aires?
–En mi caso, como artista, específicamente lo siento en los accesos. Por ejemplo, ningún flete quiere entrar hasta mi casa en Soldati. Entonces tengo que hacer toda una movida para conseguir un lugar al que llevar mi obra y que después puedan pasar a buscarla. ¿Por qué no puede entrar? Porque no entran al barrio, porque –dicen– es peligroso. El barrio está estigmatizado. Para llegar al Malba, desde Soldati, tengo una hora y media de viaje, entre el Premetro, el subte, un bondi o dos. Es decir, hay todo un camino y un recorrido también para poder acceder a esos lugares de la cultura. Si tengo casi dos horas de viaje hasta un lugar, a lo que hay que sumar el tiempo de visita y el tiempo de vuelta, ¿cuánto tiempo me lleva? ¿Cuánto tiempo requiere eso? En la última feria de lujos que estoy realizando también hablo de esos temas en particular que suceden en la cotidianidad de ser racializada, de un barrio popular, de una periferia, de ser mujer. Cada dibujo representa alguna de estas aristas y de hecho específicamente hay uno acerca del tiempo que me lleva llegar al museo. También hay una segregación silenciosa. Hay bares a los que no se puede llegar, porque no están socialmente pensados para que los habiten otras personas que no sean de clase media, blanca, porteño-céntrica. Por otra parte, ¿cuántas personas marronas viste en ArteBA?
–¿Cómo representan la identidad marrón los medios de comunicación?
–Actualmente hay algunos cambios pero la realidad es que en las ficciones, por ejemplo, seguimos ocupando el lugar del segundo plano, los extras y si aparecemos en pantalla es para estar representados en el gendarme, el policía, el ladrón, la empleada doméstica. Como si más allá de esas representaciones no se pudiesen habilitar otras posibilidades de existencia.