martes, 10 diciembre, 2024

Vox Dei

Como nos debe pasar a muchos, antes me desconcertaba y ahora me irrita que todavía haya tanta gente que ni con entusiasmo ni con alegría dice que “así son las cosas”, encogida de hombros. No están convencidos, se les nota en el énfasis impostado, como si se lo dijeran a sí mismos mil veces por día.

Me revuelve el estómago ver cómo la mentira y la infamia del sonido ambiente que nos envuelve y que está totalmente regado con dádivas, encarna en estos nuevos zombies que llevan flores a su propio velorio y, de paso, nos condenan a esta pesadilla completamente innecesaria. Son adherentes al discurso del siervo, cuya única gratificación posible es que a otros les vaya peor que a él.

Mucho más valor, o recursos psíquicos, tienen los que ya maldicen a los gritos haberlo votado. Los que pueden admitir que fueron estafados. Los que, como es medio lógico, por “casta” entendieron “privilegios”. Los que están hasta el cuello, con los latigazos que no paran, con la lluvia de malas noticias, ahora que en muchas casas ya nadie puede ayudar a nadie porque todos se han quedado sin ingresos. Con Milei tener un ingreso para un argentino común es no tener nada. Los 150.000 o 200.000 pesos que cobran se esfuman y no cubren ni gastos fijos. Y de ahí para abajo, de la pobreza pasaron a la indigencia, y de la indigencia al lodo o al infierno.

Ya, a tres meses, nuestra calidad de vida fue “descuartizada”, el adjetivo que Milei agregó últimamente a su vocabulario de matón de internet. Ese vicio: matonear con dos dedos.

Los que dicen con resignación religiosa “las cosas son así”, “hay que aguantar”, “cien días es poco”, parecen hablar desde un limbo que no podemos comprender, desde la nube. Como si fuera imposible o arrebatado que la opinión derive de la experiencia. Esta es una época en la que la experiencia es negada. El negacionismo niega por sobre todas las cosas la experiencia. Lo que pasa por el cuerpo. El tecnonegacionismo niega la realidad y trafica la virtualidad como una realidad paralela. Ahí viven los zombies.

Esos que no advierten ni siquiera la secuencia caricaturesca que, como observó Grabois, una semana viene el ataque gubernamental, las tapas de los diarios, el mantra es «la mugre que encontraron”. Denuncian a funcionarios que han dado ejemplo de gestión, como Luana Volnovich, con mentiras que se repiten, se repiten, se repiten y qué duda puede caberle a cualquiera que van por Pami porque lo quieren “descuartizar”.

Todos los militantes del campo nacional y popular, pero también todos los que empiezan a chillar o a putear de rabia y de dolor son, hablados por Milei, “parásitos”, “malvivientes”, “delicuentes” que “van a correr” o a recibir “cárcel o bala”. Más que luz al final del túnel se ve sangre. Eso es explícitamente el fascismo: autoerigirse como la palabra santa y actuar como un inquisidor con la disidencia política.

La perversión del macrimileísmo es asombrosa. Esta semana, después de la muerte de Cecilia Giménez en Córdoba, donde su familia confirmó que hubo que interrumpir el tratamiento porque la medicación nunca llegó, Mario Russo, el ministro de Salud a quien nadie le conoce la cara, sacó un comunicado para afirmar que la entrega de medicamentos oncológicos nunca se interrumpió. Decenas de enfermos y sus familiares le salieron al cruce. Sí se interrumpió.

Este es un gobierno negacionista en un grado extremo. No solo niega el genocidio, que es cosa juzgada, niega el cambio climático, niega la supremacía masculina, niega que sus propias políticas generan pobreza a una velocidad jamás vista, niega la vergonzosa y criminal retirada del Estado en la asistencia social, niega su propia voluntad de exterminio a personas por sus opiniones y cede nuestra soberanía para ponerla al servicio de países extranjeros que, para colmo, están en guerra. El Paraná ya está yanquificado.

Mañana es 24. Petri dijo en el Círculo militar de Rosario que la actuación de las fuerzas armadas en los 70 “fue demonizada”. Estaba rodeado de esposas de genocidas. Esta semana, también, supimos que en el anochecer del 5 de marzo, una militante de HIJOS entró a su casa y estaban esperándola dos hombres armados. “No venimos a robarte nada, venimos a matarte”, le dijeron. Le metieron un trapo en la boca, la ataron de manos y pies y abusaron sexualmente de ella en su habitación. Solo se llevaron las carpetas de la agrupación HIJOS. Dejaron una pintada de VLLC. La inmediata reacción oficial, a cargo de Fernando Cerimedo y el propio MIlei, fue negar el hecho y atribuirlo a una operación en su contra (Milei) y a un invento (Cerimedo).

Los HIJOS son la evidencia viviente del genocidio. Son hombres y mujeres entre 40 y 50 años que no se pueden negar porque están aquí entre nosotros, aunque haya 300 que todavía faltan. Las Madres se nos están muriendo. El ataque a los hijos de la generación diezmada no es una casualidad. Es más bien una obviedad.

El Nunca Más fue un compromiso sellado con lo más hondo de nosotros, porque la palabra genocidio incluye imágenes de un horror salvaje, inhumano, fanático, bajo cuyo influjo toda vida desfallece. El Nunca Más fue una puesta en valor de la vida. La vida de todos. Los que están de acuerdo con nosotros y los que están en contra. El Nunca Más también es una reivindicación de la política, porque si no hay política hay dictadura. Un presidente desquiciado y una gélida vicepresidenta cuya misión en la vida es honrar a su padre militar podrán creerse ya con la suma de poder que reclaman, los dos, y estar pensando en horrores, que parece que es lo único a lo que son proclives sus cabezas. Pero como decía Vox Dei, todo tiene un final, todo termina.

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