La vedette y animadora, que cumple 48 años, nació en Chaco, pero de chica vivió en el Conurbano bonaerense. Los pasos que dio antes de convertirse en una estrella.
Roberto Carlos Trinidad nació el 2 de marzo de 1976 en una maternidad estatal de Resistencia, la capital de Chaco. Pero fue 22 años más tarde, en 1998, cuando nació Florencia de la Vega, la estrella que se abrió camino más allá de los prejuicios y estigmatizaciones. Ahora, a los 48 años, Flor de la V es una figura central en la farándula argentina.
Pero antes de ser una celebridad casi indiscutida, Flor de la V debió sortear los obstáculos culturales de una sociedad que por entonces no tenía los parámetros de evolución de la actualidad. Aun así, ha contado con orgullo cada uno de los pasos que dio en la faceta anónima de su vida: desde el descubrimiento de su condición sexual hasta la forma en que recibió su nombre artístico, que reemplazó a uno poco conocido.
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Florencia de la V es hija de Claudio Trinidad, un maestro mayor de obras paraguayo, y de Sabina Báez, una costurera de Misiones que murió tras un aborto clandestino cuando ella era chica. Tan chica como el tiempo en el que la familia se mudó de Chaco a Llavallol, en el partido de Lomas de Zamora, donde comienza el derrotero “en uso de razón” de la estrella, porque sus recuerdos se edificaron en el sur del Conurbano bonaerense.
La infancia de Florencia de la V en Llavallol
El pequeño Roberto Carlos Trinidad hizo la primaria en la escuela N°74, a un par de cuadras de su casa. “Siempre fui bastante inteligente, pero era vaga. Estaba en la luna. Me la pasaba inventando historias. Entretenía a la clase”, recordó en una entrevista con Rolling Stone sobre una faceta artística que ya empezaba a despuntar en esa etapa escolar. De hecho, para tener tiempo de ver novelas de moda en aquellos tiempos, pasó del turno tarde al matutino.
A los 8 años, cuando ya empezaba a definirse su orientación sexual, quiso escaparse de su casa. Se envalentonó después de haber visto la película El Circo, protagonizada por Andrea del Boca. “Yo quise hacer lo mismo. Armé la valija y me fui a un circo pulgoso a veinte cuadras de casa. Me sacaron cagando”, recordó ya consagrada.
En el camino de su temprana emancipación, a los 12 años trabajaba como cadete en una tintorería y tuvo una experiencia reveladora, algo extraña para un chico en la pubertad: fue a ver un recital de Locomía al boliche Bunker, que tenía alto predicamento en la comunidad gay. “Los hombres se besaban. Te juro que me dio miedo y placer al mismo tiempo. No podía creer que en la Argentina estuviera pasando eso”, admitió.
Le dio su primer beso a un compañero de séptimo grado y el año siguiente ya se había ido de su casa: vivía en la casa de una tía en La Plata, donde empezó la Secundaria en la ENET N°5. Volvió a Llavallol un año más tarde -según admitió, extrañaba-, con el pelo largo y ya fuera del closet. Empezó a cursar en un secundario nocturno.
“Cuando empecé en La Plata, todo calladito, no se daban cuenta de que era gay. Pero ese año terminé hecho una loca de atar. Estaba curtido, lejos de mi casa. Era un plumero. Entré al secundario de acá sin que me importara nada. Los compañeros no me podían decir nada, porque yo era más puto que las gallinas. Tenía una actitud tan asumida que la gente prefería no meterse conmigo. La pasé brutal. Era la reina del colegio”, indicó.
Flor de la V y su despertar sexual
A los 15 años tuvo su debut sexual. Fue con un compañero de colegio con el que trabó primero amistad al punto de ser infidentes (él le contaba los problemas que tenía con su novia, una examiga de Florencia). “Era un amor flasheado. Un día me invitó a ver una película a la casa, de noche. Mi papá no me dejó. Al otro día no volví a mi casa. Estuve como una semana afuera. Paraba en lo de la hermana del chico. Ahí quebré otra barrera con mi papá. Desde entonces no me dijo nunca más nada”, reveló.
En esos tiempos, en el barrio de Llavallol la conocían como la Freddy. En el final de la etapa del secundario, aprovechando las licencias del Carnaval, se vistió por primera vez como mujer. Así lo reconstruyó en la misma entrevista que le dio a Rolling Stone.
“En el barrio, cerca de casa, se armaba un corso bárbaro con Los Dementes de la Loma -relató-. Yo a veces me subía a los micros, me iba a Burzaco y de repente veía que bajaban cuarenta travestis que no lo podías creer. Algunos eran un desastre, pero otras eran increíbles. Yo pensaba: ¿cómo hacen para estar así? Los viejos putos comparseros me decían ‘nena, vos tené que tomar hormona’. Pero me daba miedo”.
En la etapa universitaria -abandonó rápidamente la carrera de Diseño de Indumentaria en la UBA- ya casi no tenía relación con su padre. Hacia 1995 empezó a entender la complejidad social que significaba ser travesti. En ese entonces se mudó a un departamento en Almagro con su hermano Eduardo y con Roly Sanova, un diseñador chaqueño que una noche la encontró llorando en la Plaza Almagro.
Eran tiempos en los que se hacía llamar Karen. En 1996 se hizo la primera cirugía para colocarse implantes mamarios y empezó a trabajar como drag queen. También fue mesera en Miami y al retornar, el propio Sanova la ayudó con su nuevo nombre. “Le sugerí Florencia. Y le puse una parte del apellido de mi mamá, que es Meave de la Vega”.
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En 1997 debutó en el teatro como reemplazo de Cris Miró -se había enfermado de neumonía- en la comedia Más Pinas que las Gallutas, dirigida por Hugo Sofovich. Debía salir a escena en corpiño y bombacha y gritar “¡Me violaron!”. Desde entonces, su carrera emprendió un camino de ascenso meteórico.